(03/52) Como en CaSa
He pasado una semana en Oaxaca que se siente como un mes.
Del miedo pasé a la concentración y de la concentración a la prisa y de la prisa al adiós tan rápido que así siento también que se me va la vida. Anoche les contaba a mis alumnos del CaSa sobre las libretas y cómo empecé a escribir en ellas de manera disciplinada a los quince años. Y en eso me di cuenta de que eso está ya a veinte años de distancia. Me voy a morir, les dije. Ya casi me voy a morir, y todos nos reímos.
Sí y no. Todos nos morimos todo el tiempo todos los días. Ojalá no me muera pronto, es lo que quise decir. No aún.
Estos días noté que la prisa no es algo necesariamente de la ciudad, sino de mi sangre. Me gustó en la misma medida que me desesperó tener una mala conexión a internet y que el whatsapp no funcionara. Lo suplí con correos largos, cuando me desesperaba de no poder hacer que un maldito audio se liberara al espacio y llegara vía satélite a sus teléfonos. En esa búsqueda de calma, escribí mails muy largos o, cuando había internet, mensajes que pudieron ser un mail.
Vine con la idea de escribir mucho y lo hice. Quería terminar algunos proyectos y en eso fracasé. También porque la meta era absurda. Lo que sí logré fue desatorar llantas del fango. Leer por gusto sin querer terminar. Y ver que la escritura también es así. Un proceso infinito.
Leí en voz alta a Erik Alonso, a Jazmina Barrera, a Alejandro Zambra, a William Gompertz, Jairo Buitrago (¿no que íbamos a cerrar con algo menos triste?, me dijeron ayer), Juan Gelman, Alfonsina Storni, Jutta Bauer, Davide Cali, Isol, Paloma Valdivia (esa gran filósofa chilena), Maurice Sendak.
Una lista de nombres que no tienen sentido así dichos. Que son más como una nota mental para no olvidar mis días. Así como quien recuerda otras vacaciones por una lista de frutas. De restaurantes donde comió. De apellidos.
Otra lista: Majo, Yatiní, Sergio, José, Oziel, Ana (Rosa), Ana, Diana, Javier, Brenda, Nelson, Frida, Luna, Elías. Laura y Alma. San Agustín.
Ya tengo que dejar el cuarto. Guardar la computadora y bajar a Oaxaca a dejar mis cosas.
Esta residencia donde estoy fue hace dos años mi salón de tallereo del Fonca. Algo tiene Oaxaca o San Agustín para empezar bien un año. O mal. O de manera contundente sin duda.
Otra lista: Valentina, Norma, Pablo, Pete, Poi, Lanz.
Habitar de día y de noche con fantasmas durante una semana no puede sino sentirse como habitar un mes, un año, dos décadas en el tiempo.
Y ahora, como Max en Donde habitan los monstruos, no me queda ya más que despedirme de ellos, de los monstruos y de los fantasmas, para navegar de vuelta a casa, saltándome un año, entrando y saliendo por las semanas, atravesando el día, hasta llegar a la noche misma de mi propia habitación, donde mi cena me esté esperando. Y todavía esté caliente.