(03/52) Obituario accidental

Abril Castillo
2 min readJan 12, 2020

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De todas las personas que pensé que podrían morirse a lo largo de mi vida, jamás pensé que el Tolín fuera mortal.

A pesar de que fue el primero de mis tíos en ser diagnosticado con diabetes y de que siempre decía que su mamá, mi tita, nos iba a sobrevivir a todos, siempre me pareció el que vivía con más ímpetu, más claridad para cuidarse, más paz para cuidarnos a los demás.

Este Año Nuevo fue el primero sin él, pero lo peor fue que justo el pasado estuvimos juntos en casa de mi mamá. Si no hubiera estado tan presente en mi vida los últimos años, hoy no lo extrañaría tanto. No me dolería tanto su ausencia. Pero esta certeza, más que hacerme desear que la vida haya sido diferente, me hace agradecer haber estado tan cerca de él. Estas vidas compartidas.

Su muerte fue inesperada y muy traumática y a pesar de eso, cada vez se vuelve más latente todo lo demás. Su amor por los perros. Su pasión por la comida, por sus hijas, por viajar. Sus investigaciones en vacas, camarones, insectos. Su atención a sus alumnos, hermanos, sobrinos. Su risa siempre viva. Sus chistes escatológicos y cómo el humor en la mesa iba escalando. Cómo al estornudar en vez de taparse la boca, metía toda su cabeza en su playera y de todos modos si estabas cerca, te salpicaba una brisa marina. El olor de su loción y su voz repiqueteando mi nombre, el que él me puso, que nunca supe cómo escribir, si Poskis o Posquis.

– ¿Por qué me dices así?

– Porque tu nombre completo es Abriloskis Poskis.

Le inventaba nombres a todos. Rebautizaba hijos y mascotas propias y ajenas por igual. Nos volvía únicos con palabras o conceptos que él inventaba.

Cada día se me olvida más su muerte, pero no como forma de negación. Haber compartido el mundo con alguien como él, aunque sólo haya sido por 35 años, me hace recordar la alegría de estar viva todos los días.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos