(03/52) Paseo a ciegas
Conocí a F. por mail.
Quería un libro que no pude enviarle y al final lo compró en Barcelona, aunque no lo leyó él mismo.
Traigo un cuello rojo, me dijo.
Y salí del otro lado de la calle.
No se enojó.
Me citó cerca de la escuela de sus hijos.
Como Amélie que lleva un par de cuadras a un ciego, F. me llevó a diez lugares en dos horas que se sintieron un día entero.
La experiencia completa.
Yo te invito, me dijo. Y ven pronto a casa.
Fue el primer español que insistió en invitarme en pagar la cuenta.
Mi mamá tuvo un novio de Monterrey que era codo. En Barcelona todos dicen que son codos, o sea, los catalanes; ayer K. que es de Madrid vino y me dijo: Te invito yo, que no soy catalana. Y nos peleamos la cuenta y ella ganó. Aproveché para preguntarle si se deja o no propina. Me dijo que siempre, al menos unos céntimos. También corrigió y dijo: A ver, no es que sean codos, pero para salir y pagar entre todos sí, luego ya te invitan a casa y te invitan a todo.
F. me dijo que le dijera Curro, que así le dicen sus amigos. Eso fue días después por correo en respuesta a uno mío. Y di por sellada nuestra amistad, que comienza por cómo bautizas a eso que al principio no conoces.
Le pregunté días después si era un apodo por trabajar mucho. Me dijo que no, aunque tenía un amigo mexicano que le decía de broma Señor Trabajo. Resultó que Curro es un hipocorístico y resultó también que quiere decir lo mismo que el nombre verdadero de mi tío Jano.