(05/52) Hombro frío
Hace unas semanas me contabas, rat, sobre el mal de ojo. Ahora mismo estoy sentada en un jardín un día soleado, hace más calor aquí que en mi cuarto. Y no puedo hablar.
Hay un pozo al que le brotan plantas. Pienso en ese pozo cerrado ya que el niño se ahogó, ese dicho. Recuerdo una anécdota de mi amigo Arturo que me contó que dos de sus tías se suicidaron, que una se tiró a un pozo. Hace poco en la Fiesta del siglo, sin ir más lejos, el sábado pasado, Arturo se me acercó y me mentó la madre. Me dijo que le había dolido mucho algo que dije sobre su libro; sobre su proyecto de libro. Yo, borracha y pasoneada, le contesté que yo qué hacía con esa información. Él solo me dijo: Te quiero y eres mi amiga y me lastimaste; solo quería que supieras eso. Ahora que te lo he dicho me siento mejor. Él también estaba borracho.
Ahora veo este pozo y recuerdo a Arturo la primera vez que hablamos, contándome la historia de su familia. Hablando los dos ahí en el Tot un Euro, sobre maldiciones familiares.
Mejor no callarse, no tirarse al pozo. Mejor no explicar nada, no hablar.
Si Arturo no me hubiera dicho nada ese día y si yo no lo hubiera confrontado igual, porque no estaba de acuerdo con lo que me decía. Si no hubiéramos hablado pues de esa molestia y colocarla en otro lugar, ¿seguiríamos siendo amigos? ¿Cuántas fisuras ignoradas hay antes de que se rompa algo?
Esta casa estaba en ruinas antes de que Gris la remodelara y trajera a su familia a vivir aquí. Ahora yo vivo aquí también, viviré por un tiempo. Hay un huerto construyéndose en el jardín, una estatua con un mussoll que ahora mismo ve hacia mí, me ve llorar como tonta, queriendo llamar a mi mamá, pero no puedo hablar.
No puedo hablar porque apenas son las seis y media en México. No puedo llamarte rat, ni a ti ni a mi mamá ni al ticher porque es muy temprano. No puedo hablar de esto con otros amigos porque sé que pensarán que en efecto, yo fui la que no se portó chido. ¿Qué tanta responsabilidad cabe en cada uno? ¿Soy yo la única responsable? Siento ganas de llamar y avisarle a algunas personas de esta ruptura que acabo de vivir en este jardín, sentada en esta silla de fierro donde nunca antes me había sentado. Como cuando alguien se te muere y tienes que empezar a avisar. Que la gente sepa: Ya no vive aquí. Ya no vive más. Se tiró por un pozo. Cayó en ninguna parte. Calló en ninguna parte.
No puedo hablar porque hoy amanecí sin voz. Luego de la Fiesta del siglo muchos empezamos a caer enfermos. Ayer el salón estaba vacío, éramos muchos por zoom. A Ursula se le fue la voz ayer y hoy ya puede hablar mejor. Yo estuve dos horas sin poder emitir sonidos, hasta que me encontré a Rubén en el pasillo y platicamos. Me emociono tanto su película que me salió la voz. Una película sobre perder la vista.
Hace menos de una semana tampoco veía. Por un momento no veía y sentí entre aterrada y maravillada lo que imagino fue un ataque de histeria. El lunes siguiente Tomás preguntó si alguien quería un libro de Introducción al psicoanálisis de Freud por el chat y le dije que yo lo quería. Al entregármelo en el intermedio de la clase le pedí que me lo dedicara, con fecha de ahora.
Desde una tarde en otro intermedio que no podía hablar; escribir. Me la estaba pasando muy bien hasta que un mensaje de voz que escuché en el intermedio de la clase me paralizó. Aquí es donde creo que entra el mal de ojo, rat. Al día siguiente del mensaje, sin saber muy bien a quién preguntarle, se me ocurrió llamar a F. aunque solo nos habíamos visto una vez antes. Me dijo en una frase qué escenarios tenía legalmente. Luego me escuchó llorar. Como esa mañana de paseo, me hizo ver el mundo como Amelie al ciego a la salida del metro. Ver lo que está alrededor, más allá de mí.
Hoy veo un pozo. Al pozo le salen plantas, no sé si sus raíces están a todo lo largo de las paredes o si llegan hasta abajo, donde probablemente igual haya agua, estancada y en reserva. Eso son los pozos. Tampoco quiero acercarme mucho más. Odiaría encontrarme con un piso de tierra, descubrir que el pozo es maceta. Mejor así. Una imagen de plantas siempre verdes cuyas raíces crecen al infinito, más largas que el árbol más alto en la superficie.