(05/52) Libre de pecado
Me senté frente a la computadora después de desayunar y no he dibujado en días. Los últimos ejercicios de dibujo han sido más de collage y desde que tengo un nuevo banco, casi no me pongo frente al restirador.
El fin de semana aprendí a hacer pastes, mi suegra nos enseñó. Ella tenía un negocio en Durango y, al ser originaria de Pachuca, sabe muy bien cómo hacerlos, le quedan deliciosos. Dicen ella y Lucha que cuando empezaba a salir el olor del horno, como su local estaba al lado de una universidad, los estudiantes pegaban en la cortina de metal gritando: ¡Ya están? ¡Ya van a salir?
El sábado comí en Zéfiro con mi familia. En los dos años que llevo de carrera había ido tres veces a comer ahí.
Una vez con Ro y Monse, que fueron mi brigada en primer semestre. Comimos chiles en nogada. Reyna también estaba invitada pero no llegó, nos mandó un mensaje de que a qué horas llegábamos al salón, porque ese día también exponíamos en Administración. Recuerdo que me dolió que no haya ni avisado que no llegaba a comer. No sé por qué lo hizo, no la conocía tanto entonces. Las primeras impresiones son raras. Ahora me cae bien, le tengo mucha confianza. Somos amigas.
La segunda vez fue con el ticher e invitamos a Manuel y Neiza. Llegaron casi una hora tarde porque el centro es una locura. Pero ahora que lo pienso, también otra vez que cenamos en la Condesa llegaron una hora tarde. Yo había tenido clase toda la mañana y estaba cansada. Salimos muy tarde de ahí. Neiza estaba súper contenta en el momento, preguntando todo. El ticher también. Caminamos a la salida bajo una llovizna y nos separamos a la altura de Eje Central. También comimos chiles en nogada, ellos se acababan de venir a vivir al DF.
La tercera vez fue quizá esta. Luego de todo el viacrucis con mi cierre de semestre y otros pedillos familiares, me alejé y me concentré en las prácticas. Pensaba que las haría y luego renunciaría a la escuela. De lo demás no tenía idea. Ya la última semana de clases mi mamá me había dicho que ya veríamos cómo le hacíamos para que yo no dejara la escuela. Yo me enojé por escucharla usar el nosotros y le aclaré que era un problema mío y solo mío. Luego los vi a mis dos papás en enero para desayunar y sentí más que nunca que no quería darles un problema más para preocuparse. Pensé que quizá siempre fui esa hija, la que no da problemas, la que se encarga de sí misma. Ellos me ofrecieron ayuda y no la acepté, porque creo que a mi edad tengo que ser capaz de ayudarme sola, y que a su edad no les quiero dar más problemas. Pero luego pensé que no conocían ni mi escuela, y decidí invitarlos al Zéfiro. Reservé y pedí también que nos dieran un tour. Hace mucho que no la pasábamos tan bien comiendo juntos. También invité a mi tía y al ticher. Comimos lengua en salsa verde, ensalada, sopa tarasca, manchamanteles, empanada de pulpo, robalo con escamas de papa, varios pasteles, el más rico de todo era uno sin azúcar que se llamaba Libre de pecado. Compartimos todo al centro. Les dije que si algún día ponía un restaurante, algo básico sería que fuera de pura comida para compartir. Me tomé dos copas de vino. Luego fuimos al tour y resultó que el edificio de al lado es un asilo. Mi papá había pasado toda la tarde haciéndole bromas a la mesera sobre que lo habían sacado esa tarde del asilo y que perdón que estaba muy entusiasmado. Sí estaba muy entusiasmado. Mis dos papás se veían muy felices. Yo también.
Mi papá me preguntó a qué me quería dedicar de las áreas. El chico que nos dio el tour se había especializado en administración. Le dije que quizá en técnica o en humanidades, pero no sabía. El área ténica es muy cara, el conté. Y no sabía si decía eso como una manipulación o solo para contarle. Hace mucho no me sentía tan cerca de mi papá. Desde ese día he sentido que quizá podría dejar de ir a terapia, como si de la nada todo se hubiera solucionado, de un día a otro me dejé de sentir enojada.
Quedamos de comer en dos semanas, para festejar los 64 de mi mamá.
Ayer tuvimos una junta para decidir el área y sigo sin saber a cuál irme. Sigo sin saber bien a qué me quiero dedicar. En los formularios después de esas preguntas te dicen que dónde te ves en seis meses, que dónde te ves en cuatro años, que dónde te ves en diez. No lo sé. No sé si lo quiero pensar.
Mi papá este año cumple 70.
Soñé que llegaba al estudio de mi prima y era una casa muy bonita. Soñé que le decía a una ex socia que por qué había querido cerrar nuestro estudio y me encontraba unos pliegos enormes con textos escritos a mano y me ponía a escribir en ellos. Doblaba el largo pliego en cuatro y luego en ocho y me lo guardaba en el abrigo. Sentía muchos deseos de volver a tener un lugar. Lo mismo que desde que llegué de Barcelona, una casa, un lugar físico para dar talleres y trabajar.
No creo que haya llegado al fin de mi terapia, pero siento más claridad para ver lo que durante tantos años me ha costado aceptar y soltar. Supongo que no es que la terapia te cure de algo y ya. Una misma se va haciendo más a la idea de cómo son las cosas. Un día dejas de estar enojada o entiendes de dónde viene tu enojo. No es que el enojo se vaya para siempre, será toda la vida una emoción. Quizá solo entiendes que esa emoción viene de ti, no de los demás. Los perdonas, te perdonas, y comes un día un pastel libre de pecado que te deja por varios días ligera y feliz.