(08/52) No me da confianza vivir en un edificio de menos de 1940
La primera casa donde viví era de 1983. O de 1984. O quizá de 1985. Sé que momentáneamente viví en un departamento pero luego nos fuimos a una casa que construyó mi papá con sus propias manos. No con sus propias manos, sino con las de varias personas. Y él la diseñó. Y mis abuelos, el paterno y el materno, dieron el dinero para el terreno y los materiales y la mano de obra. Las abuelas, maternas y paternas, estaban implícitas. Porque también era su dinero. Aunque en esa época pareciera que no.
Las casas de los cuarto abuelos, que vivían juntos en pares, se construyeron en la década de los treinta o cuarenta o cincuenta. En esa época se hacían construcciones más fuertes. O las que siguen hoy en pie sobrevivieron; es decir, no se cayeron en 1957 ni en 1985.
Yo viví en un departamento en Vértiz que era de 1947. Así lo decía en una plaquita en la entrada. Tenía una antena gigante en el el techo, pero eso no era lo que más pesaba, sino el cuarto de control. El departamento de justo abajo estaba medio abollado del techo. El mío no. Había un patio interior y los departamentos alrededor. Éramos 17 departamentos, cuatro por piso. El de hasta abajo no tenía numero, ahí vivía Araceli con su familia. Después del temblor mi papá dijo que la fuerza se repartía en ese círculo. Lo imagine como personas agarradas de las manos a las que es más difícil tirar que si solo es una o dos o tres.
Antes viví en otro departamento en Xola, frente a la Secretaría de Cominicaciones y Transportes (SCOP para los cuates). Fue construido en 2008 y sigue en pie, pero el SCOP lo están por tirar. A través de sus muros y techos y pisos se escuchaba la vida de todos los vecinos, y seguro ellos escuchaban también la mía, la nuestra. Muros de papel.
Mi edificio actual ha de ser de los cincuenta.
Y mi estudio es de 1937. Ahí se hospedó Fidel Castro alguna vez, dice la rata. Y por eso la calle con la que hace escuadra se llama República de Cuba. Los muros son tan gruesos que no puedes hablar con alguien a menos que estés en la misma habitación. Ni gritar sirve. Eso da intimidad, tanto cuando estás sola, como cuando decides acompañarte en el mismo espacio.