(08/52) Spoiler Alert: Cuatro bodas y un funeral

Abril Castillo
6 min readApr 12, 2023

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La primera vez que vi Cuatro bodas y un funeral fue por casualidad en la tele. Recuerdo a Hugh Grant despertando y poniéndose el traje a toda prisa, desayunando rápido con su amiga y subiéndose ambos al auto que corre mientras ellos como pueden se acaban de vestir de gala. Encontré el dvd hace poco en un remate y lo compré y volví a ver la película. Luego la pusieron en Prime y la vi otra vez. Es de esas pelis que veía al menos una vez al año porque siempre la pasaban. Ahora parece de culto por ser de los noventas, cuando bien podía ser una película que vieras en el Canal 5 o en un camión a Cuernavaca.

Hugh Grant no se quiere casar nunca. Y entonces conoce a Andie McDowell y piensa que quizá sí quiera, pero ella no se quiere casar nunca. Y luego siempre sí se casa así que él dice: Bueno, yo también. Y el día de la boda de Hugh, Andie irrumpe al tras bambalinas y él deja a la novia en el altar para irse a vivir una vida sin bodas con ella. ¿Prometes nunca ser mi esposa?, le propone. Los créditos son fotos de su vida juntos, jamás casados y para siempre felices.

Toda la película ocurre entre bodas como contexto y telón de fondo, o mejor dicho, entre cuatro bodas y un funeral.

El año pasado se casó mi hermano y me enteré por mi mamá. Me dijo que no le había avisado a casi nadie de la familia y tampoco los había invitado. Solo irían mis papás y la mamá de su novia. Aunque yo estaba en Barcelona, y trataba de pensar si esa era la razón de que no me invitaran, pensé que bien podría comprar un boleto de avión e ir a ese evento tan importante en la vida de mi hermano. Luego pensé que por qué compraría un boleto tan caro si ni siquiera me estaban invitando. Luego me enojé y me puse triste y confundida y luego Mariana, mi roomie y amiga, me dijo que no era personal, que una boda es entre dos personas. Y los felicité.

Cuando Poi me avisó que se iba a casar este año y que estaba invitada con Santiago, me puse muy contenta, como si el universo me diera una oportunidad de vivir la boda de alguien muy querido, un amigo que deviene hermano. Pero más que algo mágico pensé: Qué bonito se siente cuando te invitan a algo, sí voy a ir.

En febrero se casó mi amigo Poi con Diana, su novia de toda la vida, su gran amor. Conocí a Diana antes de conocerla en persona porque Poi siempre la mencionaba. El primer mensaje que Diana me mandó fue hace un año para avisarme que Poi no iba a poder llegar a nuestra cita. Lo estaba yo esperando en El Rincón de la Lechuza, pero tuvo una emergencia médica y casi no le quedaba pila en el celular. Diana no le dice Poi, como yo, sino Arturo. Poi a mí me dice Abe, porque como el abuelo Simpson, divago. Yo le digo Poi porque es apócope de su segundo apellido: Poireth.

Poi ha decidido no usar para firmar su primer apellido: Cisneros. Tanto que ya no me acordaba cuál era su apellido paterno, ayer que entré a la funeraria a buscar el nombre de su padre. Estaba en la capilla 1 de esa funeraria de Félix Cuevas donde hace dos años, casi tres, velamos a mi abuela en plena pandemia, aunque ella estaba en una capilla distinta, en el piso de arriba. Y recuerdo por las fichas de mi abuelo que a mi tío Pancho lo velaron en la capilla 4 de ese mismo lugar. ¿Habrán velado a mi tita ahí, en la 4 también?

Al entrar volteé a la derecha y vi esas escaleras que conducen a los hornos, donde das el último adiós y ves al cuerpo entrar en una banda que recuerdo como las de las maletas. Mi tía Laura con los zapatos de su mamá en las manos, sin saber que hacer con ellos, diciéndome: ¿Qué hago con ellos? Y yo también sin querer recibirlos. Nos quedamos llorando en dos círculos, uno de hermanos (los hijos de mi tita) y otro de primos (sus nietos). Para cuando llegué a la capilla 1, ya traía un llanto y en cuanto crucé mirada con Diana y luego con Poi me solté llorando con él en un abrazo. Me dio pena porque a mí no se me había muerto nadie en ese momento pero sentía la pesadilla de mi amigo, que una noche antes posteó que su papá estaba en terapia intensiva y luego un mensaje donde me avisaba que acababa de morir.

Esta mañana el médium de Idalia sobre la muerte del padre, me cimbró. Yo también apenas la semana pasada decidí ir a ver a mi papá. Me agarré el orgullo y le escribí para ir a desayunar, aunque había quedado de verlo desde septiembre. Me sentía débil entonces y ahora ya no, también el enojo se había pasado.

(La cimbra, esa palabra que quiere decir molde en construcción pero que por algún motivo se usa también para implicar que algo sufre una ruptura, una erosión, un temblor).

La noche antes de ver a mi papá soñé que estaba con mi él en un barco y me decía: Pide todo lo que quieras. Había champaña y waffles y mariscos. Recordé la vez que lo vi para desayunar al poco tiempo de que mi tío Tolin se murió, y cómo esa vez en el desayuno pedí waffles belgas y también unos huevos benedictinos, jugo de frutas y café. Como si quisiera comerme todos esos años que no nos habíamos visto. Tal como cuando llegó la boda de Poi y lo viví como una deuda pagada por el universo.

(Cimbra según la RAE: 1. Vuelta o curvatura de la superficie interior de un arco o bóveda. // 2. Armazón que sostiene el peso de un arco o de otra construcción, destinada a salvar un vano, en tanto no está en condiciones de sostenerse por sí misma.)

(Cimbrar según la RAE: 1. Mover una vara larga o algo flexible, asiéndolo por un extremo y vibrándolo. // 2. Doblar o hacer vibrar algo. // 5. Arq. Colocar las cimbras en una obra.)

El viernes pasado en el desayuno con mi papá no comí tanto. Me llevó a un lugar donde le gusta mucho el pan. Yo no soy de pan dulce sino de cosas saladas. Ambos pedimos enfrijoladas, él de pollo y yo de huevos con chorizo. Al final nos llenamos tanto que ya ni pidió su pan. Hablamos por horas, me enseñó muchas fotos en su celular de dibujos viejos y videos. Y yo en el mío una serie de cómo cociné un filete Wellington. Cada quien se tomó un segundo café.

Volví a mi casa a la hora de comer, con la promesa de desayunar juntos más seguido.

Aquí me quedo atorada. ¿Qué es lo que no estoy diciendo? He hablado más de funerales que de bodas, como si en este relato fuera al revés. Una boda: la de Poi y Diana. Cuatro funerales: el de Pancho, el de Tolín, el de mi tita y el de Tito Cisneros, papá de Poi.

Me encontré con Diana a la salida de la funeraria, había ido con unos amigos suyos por comida. Nos quedamos hablando un rato. Por un momento su dulzura y su complicidad para conmigo me recordó a Lilian, mi ex cuñada. Sentí que mi relación con Diana había de algún modo trascendido mi relación con Poi y aun así, que siempre estaría vinculada a él. Que ella y yo podríamos ser amigas, verdaderas amigas, pero siempre con la presencia de Poi. Algo así sentía con mi hermano, y cuando se acabó su relación con Lilian, también yo a ella la perdí. Mi papá y yo tristes ese desayuno de viernes, extrañándola.

El texto de Idalia y todo lo que implica ser, convertirte, cuando un padre muere. Mi papá diciéndome cosas sobre el amor y el sexo quince minutos después de describir cómo lo vive Tomás y no darse cuenta de que su hijo no solo sigue su modelo, sino que al hacerlo busca su aprobación.

Se llevan un cuerpo al horno y uno se queda en el frío. Abrazado de los que quedan, partículas del ausente impregnadas para siempre en ti. Eso es el universo, no deudas. Partículas y pruebas de vida, de lo que estamos hechos.

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