(08/52) Taco de canasta
En el Claustro habrá este mes un foro de cocina mexicana y la maestra de nutrición nos dijo que tenemos que participar y en brigada estamos preparando dos ponencias.
El tema central es el maíz y los de mi brigada elegimos de tema los tacos de canasta.
Escribimos una ponencia con ayuda del chat gpt, luego lo reformulamos con bibliografía real para trazar la historia de la tortilla y de este tipo de taco. Investigamos la composición química de cada ingrediente del taco en un libro que hizo nuestra maestra y que me recomendó no comprarme, a menos que esté realmente interesada en esto. Investigamos una receta estándar de taco de chicharrón prensado y la comparamos con aquella que encontramos en un artículo que era la receta original. (Yo no sabía que al sudarse antes de cerrar el trapo en la canasta, se les echa aceite hirviendo.) Calculamos la composición química de todos los ingredientes, de la preparación con aceite, y como complemento la salsa. Llegamos a cuanto tiene de valor nutrimental un solo taco, y propusimos variaciones para hacer una opción que sea menos nociva para gente con hipertensión o azúcar alta, por ejemplo, cambiando algunos ingredientes o las porciones. Finalmente hicimos un cartel que se presentara durante el foro.
Me costo mucho trabajo ordenar los factores para que me salieran bien los números en la tabla de Excel, pero la profesora Coni fue muy paciente y logré hacer el cálculo y ahora ya aprendí como se hacen esas operaciones y cómo sacar el valor nutrimental de un platillo. Todo está en el orden. Y la calma, como dijera Clavillazo (como me dijo hoy por la mañana un taxista intentando hacerme reír).
Últimamente pierdo muchas cosas o no recuerdo donde las dejé y pasó un montón de tiempo tratando de encontrarlas. Cuadernos de apuntes con dibujos de piedras, unas fotocopias que saqué, un libro que compré sobre dibujo de observación. Varias de esas cosas tienen en común pertenecer al periodo de 2019–2021. Previo, durante y tantito después de la pandemia.
Mi ermano me dice que lo más fácil es dividir la vida por mundiales de fútbol. Yo quizá podría medirla por las cosas que he estudiado. Sé que cada año de la primaria me tocó en un año de los noventas: primero en 91, segundo en 92, etcétera. Se que entré a la universidad en 2003 a estudiar letras, y el diplomado de ilustración en 2007, mismo año que me titule. Que en 2008 estudie el diplomado en diseño editorial y en 2009 entre y me salí de la esmeralda. En 2017 intenté entrar a la maestría de la unam en diseño pero me rechazaron y estudié de 2019 a 2021 la misma maestría pero en artes. En esa época se atravesó una pandemia y al final, de 2021 a 2022 me fui a Barcelona a estudiar un master en creación literaria.
Así que mis documentos, libros y libretas de cierta forma se fueron enterrando bajo las capas de los nuevos documentos, libros y libretas. Ahora que decidí entrar a un seminario para titularme tuve que ir desenterrando como arqueóloga, aunque no se luego exactamente donde buscar o cómo encontrar lo que busco. Porque la realidad también es que tengo un santo desmadre en mi casa y a veces siento que sería más fácil dejar atrás esa casa e irme a otra donde olvide todo el desmadre en el que quede enterrada. Santiago me ve llorar y me dice: ordena un libro a la vez.
Poco a poco he encontrado cada cosa que busco y se calman mis ansias de irme de esa casa. En un arrebato de desesperación arreglé el domingo mis libros lo mejor que pude y volví a ubicar varios que tenía extraviados y otros que no recordaba que había comprado y quiero leer.
Volver a la UNAM y a esa maestría abruptamente interrumpida (en lo presencial, porque sí termine los créditos pero en clases en línea), y estar yendo cada viernes al seminario me ha removido no solo papeles. Volver a caminar el trayecto hacia los salones de posgrado, estar ahí intentando darle forma a mi proyecto (o a un fragmento o canapé como hoy lo llamaron), recordar por qué estaba ahí y olvidar por qué me fui o que ya no sea un fantasma esa maestría vuelta virtual de golpe.
También ahí mismo dábamos el diplomado en ilustración narrativa. Los sábados no abría la cafetería y nos moríamos de hambre todos. Una vez Ingrid, una alumna, pidió por rappi una pizza. Y un tiempo empezaron a llegar hacia el mediodía unos tacos de canasta. Fui la primera en irlos a comer durante algunas semanas. Luego algunos alumnos sin lunch me seguían. Eran muy ricos sus guisados y me gustaba mucho su salsa verde. En algún momento íbamos tantos que el taquero a veces me llegó a regalar a veces mi dosis de tacos.
Desde que volví a posgrado había estado buscando a ese taquero pero ya no va. Hoy volví a comer tacos de canasta, el taquero era otro y su salsa era roja.