(12/52) Carrera silvestre

Abril Castillo
2 min readApr 1, 2018

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Aprendí a correr viendo cómo Seinfeld le decía Elaine que levantara las rodillas cuando entraban al aeropuerto a punto de perder un vuelo. Me cayó un veinte que nunca antes había entendido. Entre más levantes las rodillas, mientras más saltes hacia adelante, cada paso llega más lejos.

Lo empecé a aplicar cuando jugaba futbol. Cuando hacía el sprint final en los Viveros.

Muchas cosas que sé las aprendí de manera silvestre. Como a correr. Que hasta que no empecé a hacerlo sola lo disfruté.

Correr en círculos y entre árboles y plantas como meditación.

Correr de niña jugando Policías y Ladrones en la unidad. Correr tanto y entrar con tal vehemencia en el juego que no vi una reja en un canal atrás de los edificios y me rompí toda la piel de la rodilla.

* * *

La última vez que fui a correr:

¿Has corrido acompañada?, me pregunta Idalia de camino a la Alameda.

Sí. Con mi papá. Y con mis primas. Con mi tío y con su esposa. Con mis dos exnovios. Con mi ermano. Hablábamos Tomás y yo por horas. Íbamos súper lento. Mi primo nos encontraba a veces ahí mientras él entrenaba para el maratón y nos decía que íbamos más lento que las viejitas caminando. Tomás y yo teníamos una serie de ejercicios de calentamiento y de estiramiento. Cinco y cinco. Cinco kilómetros corríamos.

Al final de lo que voy a correr, siempre me echo un sprint, le cuento a Idalia (ya casi acabamos de dar tres vueltas a la Alameda). Al hacerlo, recuerdo mi educación silvestre de series gringas y levanto alto las rodillas como dice Jerry, pienso.

¿Lo hacemos?, le propongo a Idalia.

Yo más bien voy bajando bajando bajando la velocidad, me cuenta y empieza a hablar de bulto. Aquí ya voy caminando, me dice y se detiene casi.

Antes de cerrar la última vuelta, de tocar el punto de inicio, yo doy todo. Me desgasto por completo al final, le explico. Y me río. Porque la verdad es que luego me siento peor, pienso. Un rato después de hacer eso no puedo respirar. La boca me sabe a sangre.

Llego al límite y me destruyo y me reconstruyo poco a poco en ese recuperar el aliento. Lo agoto y cuando lo recupero me reencuentro con algo de mí.

No me había dado cuenta de que yo misma lo perdía a propósito con ese último giro. Quizá innecesario.

Bajo la velocidad con Idalia.

¿Vamos por un jugo?, me pregunta mientras estiramos en la gran maceta donde arrancamos hace media hora.

Vamos, acepto.

Y de premio, después de desayunar, nos comemos el chocolatín más rico de la historia.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos