(13/52) Objetos perdidos

Abril Castillo
5 min readApr 2, 2018

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1. Me robaron mi bici

Me robaron mi bici.

No la encontré al salir de la plaza ni encontraré. Por más tiempo que me quedara parada ahí frente a donde estaba y ya no está. Los policías sí siguen ahí. Pero ahora miran hacia otro lado.

Perdí un texto que hoy apareció en una carpeta que se llama Documentos dentro de una Biblioteca del Sistema. Rarísimo. Como si se hubiera saltado la entrada al Purgatorio.

Perdí una comida porque me enfermé porque no soporté porque estoy hipersensible.

Perdí un proyecto que era mío porque ya no me alcanzaba para sustentarlo. Ni en dinero ni fuerzas ni ánimo ni tolerancia ni tiempo.

Soy poco profesional.

Ése es el problema.

2. Cosas que olvidé

Una pérdida no es igual a un olvido, pero se puede convertir en perdida también. Aunque las pérdidas puedan derivar en encuentros, entonces la vida o los ladrones en el fondo te hagan un favor a la larga.

(¿Por que le empecé a decir rata ratera a Idalia?)

Me robaron mi bici hace dos semanas.

Desde entonces tengo que caminar más y llegar más tarde a lugares.

(Ver cómo llegar a Ensenada)

(Anotar los pensamientos que me interrumpen para no salir de aquí y no perder por completo la atención no los pensamientos ni sobre todo el hilo de la idea)

Vine a Tijuana y pensé que haría tanto calor que solo traje un suéter. Ayer me enfríe tanto que ahora creo que me voy a enfermar.

Lo ideal habría sido traer mi chamarra negra de Mr. Robot y un suéter ligero aparte.

No tengo ganas de comprarme otra chamarra, pero lo voy a tener que hacer. O conseguir una. Pensaba que encontrarme una tirada podría ser lo ideal. Y luego perderla de regreso o regalarla a quien la necesite. Encontrarme con la yo del futuro que me regale esa chamarra cuando se vaya de aquí. Un ouroboros de imposibilidades.

También dejé mi pasaporte. Y mi visa. El autocorrector pone vida en vez de visa cada que lo tecleo. Pero no sé si olvidé realmente mi visa o en el fondo sólo no tenía tantas ganas de ir a Estados Unidos durante este viaje. En mi mente era siempre: “Lo bueno es que nosotros vamos a México”. Como si incluso este asomarse desde aquí al otro lado fuera lo mejor.

Sólo conocía dos fronteras. La de Estados Unidos y Canadá. Y la de España y Francia, donde una noche o madrugada casi nos dejan a Itzel y a mí en medio de la nada en una estación de tren porque llenamos mal un pasaje y las fechas y más bien los encargados nos querían extorsionar y lo hicieron. No vimos la frontera ni nada porque estaba completamente oscuro. Pero estuvimos ahí. Con el tren detenido y la puerta del tren abierta hasta que les dimos veinticinco euros que yo tenía guardados para una emergencia.

En la frontera de Canadá y Estados Unidos me da risa que los gringos hayan construido un puente para ver las Cataratas del Niágara. Es absurdo. Como un bastón.

(¿Está mal usar siempre adjetivos? ¿Decir absurdo o mejor explicar por qué es absurdo?)

Luego pasas a Canadá y las cataratas de ese lado te pegan en la cara con toda su gloria.

No había estado en Tijuana pero sí en San Diego. Y creo que puede ser un poco al revés. O lo mismo. El absurdo. Desde el lado gringo te asomas a lo real y con un puente tratas de recrearlo. Pero la cultura está acá y todos se asoman desde esos puentes hacia México. Y en este país nadie te niega la entrada. Si vienes del norte. Si vienes del sur sí. Y los tratan tan mal a los centroamericanos como los gringos a todos. Si la gente quiere cruzar es porque no hay dinero. Y van y lo hacen allá. En ese otro lado que no tiene lo que tiene su casa. Y se lo traen. El bastón a la inversa.

Cosas tan obvias que digo.

No dormí casi nada los últimos días.

Anoche había música a todo volumen en el bar antro disco de al lado del hotel. Se calló pasadas las cinco a eme. Como un chiste. Un mal chiste.

Me robaron mi bici pero perdí el sueño. Yo lo perdí. Olvidé mi pasaporte y mi visa. Yo los olvidé.

También hace una semana exactamente pasé toda la mañana escribiendo una reseña que se perdió en el universo y eso que la había estado guardando en Word cada tanto. Soy muy obsesiva con eso. La copié y pegué un par de veces en un draft de Gmail. Hasta que lo termine y le di el Save final. Cuando lo cerré me puso algo de versiones en conflicto y se cerró el programa.

(Cuando sigues escribiendo y entras en la concentración todo lo demás deja de desconcentrarte. Todas las ideas. Todos los pendientes. Menos la metaobsesión)

El lunes tuve que reescribirlo de cero.

El jueves tratando de encontrar un borrador le puse palabras clave en el buscador. Y en una carpeta de la Biblioteca del Sistema apareció. Ése y el otro que creí perdido.

No siempre pasa pero aquí la nueva versión era mejor. Mucho mejor. Casi me dio gusto haberla perdido. Pero luego encontré la pasada y ya ni la quise releer.

No sé si pasa lo mismo al dibujar. En mis procesos no porque siempre interviene algo del a ver qué sale. Así que cada nuevo asunto es nuevo y totalmente diferente.

Una manera de decir que no tengo control de nada ni técnica ni disciplina.

3. Ya me voy a Ensenada

Gané una hora viniendo acá. Hoy en la mañana dos, por el cambio de horario.

Pero no soy de aquí.

Así que de regreso y en el fondo perdí dos horas. Una nada más. Cuando regrese.

Por suerte no soy de aquí. Si no ese traslado me robaría dos.

Ayer perdimos la reserva de un lugar mamón donde iríamos a cenar. Hice un corajazo porque fueron súper groseros. Llegamos según ellos un minuto tarde y no nos quisieron recibir. Literal un minuto. Se hizo un desmadre después de eso porque estábamos en medio de la nada.

Pero sobrevivimos. Gracias al Loco Luciano. Un taxista que nos sacó del Valle y nos regreso a esa casa momentánea que es el hotel.

No perderíamos nada si no nos pusiéramos en esas situaciones. Pero en ese caso no tendríamos experiencias algunas, buenas ni malas.

Ganamos más perdiendo que no perdiendo nada.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos