(13/52) Puré de papa de KFC

Abril Castillo
3 min readApr 26, 2024

Lo último que comí fue un combo de pollos del Kentucky. Hacía tiempo que no comía pollo de ahí, aunque al ticher le gusta mucho. Unas semanas atrás, había visto un meme que decía: “Cambiaría los recuerdos de la secundaria por un puré grande de KFC”. No recuerdo cuando se dejó de llamar Kentucky Fried Chicken y pasó a ser solo KFC, pero he escuchado que fue porque lo que venden no es pollo, sino unos seres con pico, gordos y amarrados a un alimentador.

Balam nos contó, mientras cocinábamos en clase la semana pasada, que una vez intentó comprar el puro gravy en un Kentucky y no se lo quisieron vender. Según nos platicó, le dijeron que estaba prohibido en México vender solo el gravy por cosas de sanidad o permisos o algo así. Él lo necesitaba para una práctica en una universidad donde estuvo antes de entrar al Claustro. Este semestre el chef Narvaez nos enseñó a hacer gravy de verdad, reduciendo mucho un fondo oscuro.

Ayer teníamos Contabilidad de 5 a 7, pero el maestro había faltado hace dos semanas y tenía que reponernos aquella clase, así que la clase de ayer sería de 5 a 9. Le habíamos dicho si pedíamos una pizza y dijo feliz que sí, que en el descanso. Al final en el descanso Diego dijo que si mejor pedíamos un kentoki y dijimos: Va. Pero solo los de la brigada. Pidió un combo de cuatro sabores (receta secreta, crunchy, jalapeño y bbq) en una cubeta de 15 piezas, dos purés medianos y los famosos bisquets. El pedido de Uber eats llego cuando ya había acabado el receso y el profe dijo: No importa, coman.

Sobra decir cuánto se apesto el salón. En eso llegó la subdirectora a decirle al profe que nos teníamos que haber cambiado de salón en la segunda parte. Nos vio y no dijo nada. Seguro pensó que estábamos en receso.

Kentoki es de esas comidas que dudas en pedir pero cuando lo decides, vas con todo. A medio camino, sobre todo al probar la de jalapeño, algo me dijo que quizá no era tan buena idea, pero seguí comiendo. El último clavo de mi ataúd fue la de bbq. Cuatro piezas me zampé y casi medio puré. Ya no pude con el bisquet y me lo traje a la casa para Santiago. Me baje todo con agua y al acabar la clase tenía instalado ese asquito que queda de la indigestión de comida ultra procesada. Le llamamos salsa de jalapeño pero ese gravy no es más que un polvito disuelto.

Eran las 9, y muchas veces a esa hora ya mejor pido un Uber, pero me di cuenta que solo caminar a Balderas me bajaría la náusea. Y sí.

Hasta antes de entrar al Claustro no conocía bien esa parte de la ciudad, solo salía mágicamente en distintas estaciones de metro. Esas caminatas me han ayudado a conectar el centro por fuera, a pie de calle.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos