(13/52) Spoiler Alert: Underdog
Con la rat Idalia tenemos una canción que nos cantamos a veces en voz alta por mensaje de audio. No recuerdo exactamente cuándo empezó esa tradición, pero es una canción que tanto cantarla como que ella me la cante, me alegra el corazón.
Se llama After Hours y es de The Velvet Underground.
Creo que la primera vez que la escuché en voz de la rata, y en general en mi vida, porque antes no la conocía, fue en un trayecto de Valle de Bravo al DF. Había ido a presentar un libro sobre dinosaurios con los Pixis y Alita nos había hospedado en su casa. De ida me fui con un muy amigo de Alita, Fabián, que me platicó de una editorial de su ex, que resultó siendo Antílope. Luego nos fuimos con unos amigos suyos a los que no conocía de nada, tampoco a Fabián. Y el camino me sentía un poco tensa y nerviosa, hasta que alguien nos rebasó horrible en la carretera y el amigo de Fabián, que manejaba, se enojó y yo, nerviosa de que acelerara, le dije que quizá el conductor se estaba cagando. Que esa era mi lógica cada que alguien hacía algo violento o desesperado en la calle: seguro le urge llegar a cagar a su casa. De ahí todo el trayecto fue sobre veces que casi nos cagábamos o que en efecto alguien se cagó en algún asiento. No faltaron las risas y sentí como si hubiera hecho ese viaje con cualquiera o todos mis primos y tíos Castillo a la vez en 1994.
No soy sociable.
Una vez en Monterrey, mi primera vez ahí, llegué media hora tarde a la presentación de Tarantela con estudiantes de la UANL. El avión se había retrasado y había que hacer una parada obligatoria en el hotel antes de ir a la feria. Yo estaba desesperada pero sin posibilidad de hablar. Mis cuerdas no sonaban. Estarían a punto de operarme de la tiroides por un tumor, pero eso aun no lo sabía al 100% ese día, solo sabía que tendría que haber llegado mucho antes. Y llegué sin comer, solo habiendo aventado mi maleta en mi cuarto y viendo como una hoy ex amiga me ignoraba en la cafetería. Nos subimos al fin a un taxi y llegué corriendo por los pasillos de la feria, donde el director me esperaba. Dulce como siempre, me dio la bienvenida y me dijo que me calmara, que ya estaba ahí. Un mediador que era alumno, me entrevistó habiendo buscado mucho de mí en internet. Me sentí cohibida, sabía el nombre de mi tesis y el autor al que en ese entonces había estudiado, alguien que hoy en día es considerado un major viejo lesbiano. Los alumnos hicieron muchas preguntas y gente en el público compró la novela y me senté al final un rato a platicar y firmar libros, a hacer dibujos en la primera página. Hasta que se me pasaron las ganas de llorar y una chica me tomó del brazo me sacó de mi enajenación: Se ve que eres muy tímida pero ya lo lograste, estuvo muy bien la plática.
Underdog es una canción que tengo guardada dos veces en la misma playlist. Su ritmo me anima y me pone de buen humor. Me tardé tiempo en ver la letra y entender el título y saber de qué hablaba.
De niña podía llorar frente a un público que podía ser la cámara de mi papá o mis compañeros de primaria. Toda persona con la que no hubiera nacido me intimidaba al grado de las lágrimas. Ningún hombre sin barba me daba confianza. Me quedaba muda, con cara de tortuga ante cualquier desconocido, y mi mamá tuvo que ordenar por mí en todos los restaurantes de la historia hasta pasados mis doce años, y mi hermano me hacía favor en la papelería de hablar por mí.
“No, no creo en mí”, diría Álvaro de Campos en su bello poema de Tabaquería.
Me gusta estar en mi casa y me angustia salir. Salgo y hago amigos y poco a poco me encuentro en la paz de los otros, en un amor que se construye, no de la noche a la mañana, sino de un chispazo. En una risa, frase o pregunta. Cuando veo el mundo de nuevo y es diferente. Y me siento segura. Nadie tendría por qué hacerme daño, pero hasta no comprobarlo no lo sé de cierto.
No soy un ser sociable y lo enterré tanto que lo había olvidado. Me gusta estar en mi casa. Me gusta mucho estar sola por largos ratos.