(13/52) Ver las nubes, ver el cielo

Abril Castillo
5 min readMar 29, 2020

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La experiencia de que haya turbulencia en un avión me es igual de aterradora que pacífico sentir el cielo despejarse y ver de golpe en pleno la ciudad a la que regreso.

Llevo 17 días meditando. Estoy usando una app que empecé a usar hace unos cuatro años, cuando me inicié en el mundo de los ataques de pánico. Me gustó tanto que luego de los días gratis, lo pagué durante casi dos años. Luego me di cuenta que ya nunca lo usaba, y lo cancelé.

Hace 17 días me acordé de mi querida y olvidada Headspace. Recordé cómo cuando quise salirme, fue súper fácil. Como fueron amables para darme de baja y me desearon suerte sin presionarme a volver.

Hace 17 días estaba en Monterrey, en un hotel en el centro de esa ciudad a la que nunca había ido, a poco más de una semana de tener programada mi operación de tiroides, y llevaba varios días con la presión altísima.

Un martes no pude llegar al programa de radio con Idalia. Iba en el pesero de regreso del sur y la visión se me empezó a nublar y casi me desmayo. Ese mismo día en la tarde, a bordo de un Uber, una señora no se frenó en la incorporación a Insurgentes y nos chocó por atrás. Mi cuello dio un jalón y no podía quitarme la idea de la cabeza de que tenía que atenderlo cuanto antes. Fui con mi osteópata de confianza y me revisó y me ajustó. Comí tardísimo y muy pesado. Llegando a nofm sentí que ya no veía más que luces blancas. Me acosté y recordé que a menos de una cuadra había una farmacia. Iván me acompañó a medirme la presión: 150/100.

—Mídetela diario. No, no puedes ir ahorita a trabajar. No, no puedes ir al radio. Haz lo que quieras, pero te recomiendo acostarte.

Iván me acompañó a tomar otro Uber. De camino llamé a mi mamá. Llegando a mi casa, el conductor, un hombre joven de menos de 30 años, me dijo antes de que me bajara:

—Perdona que me meta. Soy paramédico. ¿Hay alguien en tu casa? Sería mejor que no estés sola. Si vas a estar sola, llega y acuéstate en el suelo y sube las piernas a la pared. Así la sangre te circula y no te desmayas. Trata de estar con alguien.

Santiago no estaba y, ya fuera de mí, lo llamé hasta que contestó. Hasta que me dijo que venía en camino. Vomité. Me acosté y no podía respirar. Etcétera.

Desde entonces me empecé a tomar la presión diario. Y todos los días, salía altísima: 146/98, 148/96, 150/92.

Mi mamá dice que si la alta está alta, no hay tanto problema. Pero que si la baja está alta, hay que preocuparse. ¿Eso me estaría causando subir la presión? ¿Tantas ideas, tanto razonamiento, tanto saber qué era lo que pasaba? ¿Era yo capaz de subirme la presión? ¿Tengo la capacidad de matarme?

Para el viaje a Monterrey le pedí prestado uno de sus medidores a mi mamá, que es hipertensa.

—Si te pones a medírtela todo el tiempo, te va a subir sólo de nervios.

El primer día en Monterrey, luego de comer, me medí la presión: 138/100.

Preferiría que no estuviera en mis manos hacerme daño. ¿Por qué soy así?

Vi por la ventana del hotel un cielo limpio, un día luminoso. Lejos todo de mí, yo desde un onceavo piso. Si me seguía midiendo la presión y si tenerla alta estaba en mis manos, estaba por arruinarme el viaje. Tomé el medidor y lo guardé en el último cajón del mueble de la tele, invocando olvidarlo por lo menos por los siguientes tres días. Y así lo hice. Regresé a la ventana, intenté respirar.

Recordé mi app tantos años guardada y me senté en el sillón y en vez de seguir googleando hipertensión, puede la mente subir la presión, cáncer de tiroides, cerré Safari y volví a descargar Headspace. Me senté en el suelo, le puse play y como andar en bici, empecé a recordar cómo respirar, cómo en algún momento lograba centrar toda mi atención física en la nariz y aplicando esto una vez incluso logré sortear el miedo a los aviones durante un vuelo con turbulencia.

—Aspira por la nariz y exhala por la boca. Respira tan fuerte que, si hubiera alguien sentado junto a ti, pudiera escucharte. Luego cierra los ojos…

Aunque ahora me hablaba en español, la voz me resultó familiar y largamente conocida. Volver a entrar al agua luego de tantos veranos. Sentir mi cuerpo con una consciencia que no había tenido en años. Reconocerme en él al fin: mi cuello pasmado, toda la espalda en tensión, la garganta cerrada, los pies comprimidos. Ir soltando todo en cada respiración.

En los días que siguieron no volví a marearme. A diferencia de mi era de meditación pasada, que buscaba huecos en cada jornada y momentos de soledad para ponerme al día, esta vez me propuse meditar justo al despertar, antes de bañarme o de desayunar. La soledad absoluta en esa habitación de hotel fue uno de los mayores alivios que había tenido en muchos meses. De vuelta a casa, tendría que encontrar la forma de que el trajín de vivir en pareja y con dos gatos no me impidiera meditar.

Es chistoso que justo uno de los ejercicios iniciales de cada sesión es reconocer los ruidos de tu alrededor. Antes sentía que meditar era aislarme; ahora no, ahora lo he sentido como entenderme como parte de todo lo que me rodea, aceptar sus ruidos, los movimientos, la vida de todo, la vida mía: mi cuerpo, mis sentidos, mi corazón, respiración, pensamientos y consciencia.

En uno de los videos animados de la app, se habla de cómo a veces el presente es un cielo nublado, de que meditar ayuda a no olvidar que arriba de todas esas nubes está el cielo azul. Agregaría también que abajo de toda esa turbulencia hay una ciudad que en cualquier momento se revelará violentamente a golpe de vista bajo mi nariz.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos