(17/52) Tarde y con hambre
Necesitaría encontrar una actividad parecida al box que encontraste, rata. Tampoco sé bien qué hago con tanto enojo. Me someto a hacer cosas que no quiero y luego ando enojada.
El ticher me dijo que lo acompañara a conocer la editorial Pato Lógico. Nos subimos al metro y anduvimos hacia la dirección Aeropuerto y casi allá llegamos. Cuando nos bajamos era una zona industrial. Recordé de golpe esas editoriales a las que alguna vez tuve que ir a firmar contratos por dos o tres mil pesos menos retenciones por trabajos de corrección de estilo o lectura de pruebas. Patria. McGraw Hill. Pearson.
Salimos tarde del hostal porque tuve tutoría por zoom y mientras tanto el ticher se fue a lavar ropa. Había una lavadora en el hostal pero prefirió ir a una lavandería con secadora. Mientras empezaba mi tutoría intenté tres veces hacer un recibo y la página del sat se quedó pensando y procesando, atorada.
La tutoría empezó antes y terminó antes también. Hablamos de los tipos de amor y de las emociones ancladas a ellos. El sexo separado del amor o cómo la amistad es la raíz de todo y luego madres e hijas, padres y tíos se encuentran en más gente con quien no necesariamente están relacionados directamente.
Hablamos de viajes de una librería al borde del río y colgamos.
Otra vez al intentar hacer los recibos, se volvió a atorar.
Cerré el buscador y lo reabrí y volví a empezar. La segunda dejé que pensara más la máquina, quizá solo necesitaba tiempo. Fui a la cama por mi estuche donde tengo el cortaúñas y el iPad del ticher empezó a sonar. Una llamada entrante de Clara V., con quien tuvo su ondurrión hace muchos años. Francesa y manzana de la discordia con varios de sus amigos.
Imaginé al ticher saliendo del cuarto con la ropa sucia y aprovechando para hacer esa videollamada en algún lugar. Hice todo lo que pude para no desconcentrarme.
Me puse a hacer un freelance de un cómic de Parvana. No pienses, pensaba. Seguí de largo y terminé la mitad.
Al rato volvió Santiago. Sonó tu iPad, le dije. Me dijo que Clara V. y él ya no tenían nada, que ella vivía en Africa y que tenía una hija. Tiene su vida hecha, dijo.
Recordé dos noches antes en que le dije que quería tener hijos y él empezó a hablar de lo mal que se siente en el trabajo. Le dije que qué tenía que ver una cosa con la otra. El dinero, dijo.
Me tomé otra copa de vino y otra más y otras más.
Ayer le dije que si ya no voy a tener una familia me quiero ir de viaje el resto de mi vida.
¿Es un plan de huida o buscar una casa?
Caminamos por esta zona en medio de la nada. No ha quedado con la encargada de la editorial y le digo que le escriba. Muero de hambre. En el trayecto antes del metro señalé aquí y allá y otro lugar más, pero teníamos que llegar antes de las cuatro. Le responde la chica, se llama Mafalda. Le dice que la esperemos una media hora porque está comiendo. Buscamos dónde comer nosotros o dónde comer yo, él dice que no tiene hambre. Comer no es tan importante como para ti, me dice siempre. Aquí no hay nada.
Tres de la tarde, muero de hambre. El problema siempre es la comida me dice él. Y yo le digo que la comida no puede ser un problema. Es una necesidad básica comer. Han pasado seis horas desde que desayunamos. El problema para mí es este caos donde no hay plan de nada y luego todo nos escupe en la cara, la realidad y el tiempo que no perdona.
Mafalda nos recibe luego de un rato parados fuera. Cierra la puerta principal de las oficinas, ocultándolas. Nos quedamos en un pasillo librería, con algunos cuadros colgados, ilustraciones marinas y unas cajas de un libro rosa que acaba de llegar sobre danza. Santiago compra varios libros. Le pregunto a Mafalda cómo manejan la cesión de derechos de sus libros y dice que no sabe, que no sabe nada. Trabajan con un agente. Ella no sabe nada.
Me salgo y sigo escribiendo esto. Escucho cómo le dice a Santiago que le haga una transferencia internacional para pagarle nueve euros. Para qué querías venir le pregunto antes de que nos recibieran.
No lo entiendo.
Estar juntos todo el día estos días.
Un mole verde congelado desde hace dos semanas en el refri de Barcelona. Varios días diciendo tímida: Hay que hacerlo, cenemos hoy eso. Y él: Luego, que es mucho rollo prepararlo.
No es mucho rollo. Me gusta cocinar. Y me gusta comer.
No es enojo con él. No sé qué hago aquí yo con tantos planes. Y si ese enojo suyo, su frustración tiene que ver con no planear bien su vida y luego sentirse víctima de algo. Y si todo mi enojo es no hablar fuerte y luego sentirme víctima de él.
“La peor persona del mundo no es la peor persona del mundo. Solo quería ser escritora”, dijiste en otro medium, rata.
Eso y no madre quizá es lo que quiero.
Ser escritora.
No ser madre.
Ahora mismo, solo quiero comer. Comer a mis horas y comer bien. Que siempre sea una gran experiencia.