(18/52) A todo te acostumbras menos a no comer
Prefiero desayunar en la casa. Son las 7:14 y ya tendría que estar saliendo, aunque si no le doy tanta importancia a correr al desayuno allá, en realidad no pasa nada si llego pasadas las 8. Las horas se van sumando en el contador y una vez cada dos semanas mandan la lista con tu número de horas, yo llevaba 79.5 la última vez y tengo que cumplir 400.
A veces se siente como una condena. En otros momentos como la nada. Pongo mis manos dentro del agua y voy sacando los limones que flotan ya desinfectados. Pienso en buscar una alberca para volver a nadar, pero a qué horas voy a volver a nadar.
Vuelvo a las cinco e intento trabajar. Le cambio y añado a un cuento que debí haber entregado hace más de un mes y la editora me espera. Una personaje nueva aparece y no quiero quitarla. En el cuento la protagonista tiene diálogos imaginarios con ella. Cada día que retoco el cuento tiene más vida. Ayer al fin lo entregué. Es sobre la secundaria y una guerra en los Balcanes que jamás entendí. Hasta ayer, que me puse a leer más sobre ella para resumirla en un par de líneas.
Lo difícil que resulta decir algo importante en solo un par de líneas. Y sin entrar en lugares comunes o quedar sin decir nada.
En un par de líneas dire que la pulgas de corral han vuelto a mi cuerpo, ahora por otra camada de palomas pero otra vez el mismo animal. Es molesto pero siento que casi me he acostumbrado a tener comezón y nuevos piquetes cada mañana.
Ya no o quizá solo por hoy no quiero desayunar en el hotel.
Recuerdo esa frase de Leve que dice Me cuesta un tiempo darme cuenta de que alguien se porta mal conmigo, tan sorprendente me parece que me pase algo así: el mal es en cierto modo irreal.
Una compañera tenía accidentes y me rozaba con su cuchillo, me piso un día y otro me machuco con fuerza un dedo mientras metía los insertos al carrito. Así siguieron los momentos hasta que el día que me dio en la espinilla sacando una charola se le salió decir: Ya te volví a pegar. Empecé a notarla entonces. Me aleje a la otra mesa a picar, allá donde la cocinera B dice que van los castigados.
Con cada nuevo piquete canto la canción de los noventa del juego de mesa que llevaba ese nombre: Pulgas locas nadie duerme hoy pulgas locas ellas saltan sin parar.
Ayer para ir a comprar pan con descuento me pidieron quedarme atendiendo el comedor. No se llama así pero Santiago le dice “El viejo panzón”. El lugar esta lleno de frases relacionadas con la comida pero sin mucha relación entre sí: Del plato a la boca se cae la sopa”, “Para todo mal mezcal para todo bien también”, “hazle caso a ti abuelita y no hables con la boca llena”, “no te sirvas mas de lo que te vas a comer”; esta última no está impresa en letras de vinil grande en la pared sino en los servilleteros y es una instrucción directa del comedor para evitar desperdiciar comida. Lo que no saben es que cada mañana se tira bastante.
Ayer me agarro la lluvia de regreso del trabajo en el metrobús. De camino había pasado a comprar un bowl de cristal para hacer una masa madre. La anterior se me llenó de moho. Había 2x1 en los bowls. La bolsa era de papel. La lluvia no había parado y ahí en los torniquetes se venció y uno de los bowls se rompió, el otro sobrevivió salvado por el primer bowl. Me fui luego de disculparme con la poli de la entrada y súper pasoneada de mi día. Ya casi llegando al andén en mi dirección una señora me señaló la bolsa y me dijo que estaba rota. Sí, le respondí, gracias; todos los pedazos de vidrio de la entrada eran su contenido. Se alejó cuando llegó el metrobús, yo todavía intentaba en el piso reacomodar mis cosas. En eso se regreso y me dio una bolsa de plástico doblada: guárdalo aquí, me dijo como si hubiera escuchado mis pensamientos. Le doy las gracias y cuando se va pienso que Leve tenía razón para el mal y la otra cara de la moneda, porque de pronto de la nada el bien también aparece.
(Poem per diem de Robin Myers)