(18/52) Los tantos libros
Si un día me voy y ya no regreso, para qué habré guardado tantos libros.
Los miro en distintos momentos en la casa. Las novelas más actuales. Las juveniles del pasillo que lleva al cuarto. Los de diseño y manuales de ilustración a la entrada. Los nuevos que compré este año. Los apilados en el buró. ¿Cuáles realmente leeré? ¿Por qué no los regalo y ya, de una vez?
Recuerdo ese libro de Paul Auster, el que en mi memoria es mi novela favorita: El palacio de la luna. Ir leyendo cada uno de los libros de una biblioteca para luego venderlos y con eso comer. Comerse la biblioteca hasta que ya no quede nada. Con el último libro, Finneas Fog se compra comida hasta que vacía la biblioteca. A punto de prepararse un último huevo, torpemente lo tira o se le cae. Se queda sin biblioteca ni comida. De ahí se queda también sin casa. Se queda a vivir un tiempo en Central Park. Emprende un viaje al desierto a través de la memoria de un viejo, Thomas Effing. Se despide de su padre. Conoce a su abuelo. Recupera algo o todo. Sigue vivo queriendo estarlo.
Ayer mi novio recibió un mensaje de su mamá diciéndole que fuera pronto a ver a su papá; para alcanzar aún a hablar con el. Voy en dos semanas, me dijo. Cada quien vive sus procesos de duelo a su manera. Traté de no decir nada y a mitad del mole con pollo, como un vómito que una no puede evitar que salga proyectado, me solté llorando el plena comida mientras aún masticaba. Sin poder parar. El sabor del mole, el arroz y la sal.
Luego me mandaron los resultados de mi tomografía y un resultado que no entendía sobre mis ganglios. El cáncer volvió, pensé.
Llorar por otro porque no se sabe qué se siente. Llorar para no quedar flotando en una ausencia.
Me voy el sábado, me dijo cuando me encerré en el baño para berrear. Y no pude volver. No volví en mí hasta que me devolvió la llamada el doctor y me dijo que los ganglios están así a causa de las infecciones por todos los años que he tenido piedras. Probablemente.
Y luego pensé: pero yo nunca tuve cáncer como tal. El tumor medio maligno ya no está. Lo sacaron bien envuelto en sí mismo sin expandirse. No puede volver lo que nunca se fue.
Me quedé tranquila el resto de la noche.
S. pone ruido de fondo en la sala. Yo miro todos los libros y trato de ser sincera con lo que realmente leeré o releeré. ¿Debería estar desmontando esta casa? ¿Los fantasmas de carne y hueso lastiman más que los de la imaginación?
No me puedo mover como cuando se te sube el muerto. Pero a la vez algo se está moviendo allá a lo lejos. En esta línea que se traza desde el presente hasta aquello que parece imaginario pero es un futuro que ocurrirá.
¿A quién podría ir heredando mi biblioteca? ¿Y cuáles son esos libros que todavía leeré, que de solo verlos destellan mi felicidad cuando los toco?