(19/52) No hay atajos
Dejamos en pausa una semana más nuestra casa. Comida en la mesa que debería tener un lugar en la alacena. Aprovechamos para ordenar. Fumigaron y volverán a fumigar en una semana. Ni tiempo ni ganas de guardar todo para volver a sacarlo luego luego.
El domingo en casa de mi mamá comí tanto y tan rápido que me dio mucha indigestión, taquicardia que fácilmente puede confundirse con un ataque de pánico. No vomité. El miércoles sí. Hay días que siento que no resistiré más la presión.
Amaneció nublado el domingo y no fuimos a la bici, llovería a la una dijo el ticher. Traté de leer en el sillón y encontré ahí apilado un cuaderno rojo viejo. Era una historia que durante muchos años he escrito y reescrito. En el verano de 2020 la tallereé con Idalia cada semana puntualmente. Llené al menos dos cuadernos; ese rojo es el segundo, el primero era amarillo. Estoy segura de que hay un tercero porque el último texto está escrito sobre el sobre que viene al final de las Moleskine, ya ni siquiera me alcanzaron las páginas. El flujo de la historia solo se iba interrumpiendo por los momentos en que tomaba notas o empezaba a sobrepensar el simbolismo de algo. Por lo demás me pregunté por qué sentía que la historia no avanzaba o que no había escrito nada. La razón me parece fue que siempre pensé que era un libro para niños y que eso que había escrito era solo la materia prima. Lo reescribiría después a partir de esas importantes notas convirtiéndolo en quien sabe qué. Como si no fuera ya algo.
Hace unas semanas desperté en medio de la noche y me di cuenta de que ya no era mi sueño publicar en esa editorial infantil y ahí el libro se liberó. Tampoco quería seguir coordinando a tanta gente en el calendario. Con ambos fugaces pensamientos me sentí muy liberada. Me volví a dormir.
Me encontré este draft del 11 de mayo de este año y sobre él me puse a escribir esto. Iba a ser el post 16 pero nunca lo terminé. Dejé el título que tenía en aquel entonces aunque no recuerdo a donde quería llegar con él. ¿Será que sí lo publiqué? Acá va igual para que no se pierda. También era domingo y tampoco fuimos a la bici. Bueno, hoy es martes.
Hoy amaneció lloviendo y no fuimos a la bici.
Hace un rato le leí dos textos en voz alta al ticher y los soportó incólume. Es decir: sano, sin lesión ni menoscabo.
En la mañana fuimos al súper por tocino para hacernos un desayuno de hotcackes y huevo y tocino y maple. Trabajé un rato pero no logré hacer las facturas que debo.
Chateé un rato con Uchis que anda en México. Con Isabella, para darle recomendaciones a Uchis. Escribí un par de textos libres, y hoy no he visto nada de tele.
Escribo esto mientras camino al Metro Etiopía. Voy camino al Hotel a seguir viviendo mis segundas prácticas profesionales, me quedan siete semanas. Si los dioses del metro están de mi lado llegaré en quince minutos. Lo que me gusta de mi área es que la primera actividad del día es desayunar. Es un ambiente como de familia.
Ayer me preguntaba si debería haber elegido un area más gourmet o un hotel más posh. Ese pensamiento me trajo ida y vuelta varias horas preguntándome incluso yo quien soy. Y pensé luego en el extractivismo y la apropiación, en la pintura y el diseño, en las altas esferas y la extrema pobreza. Pensé en lo que ha sido toda mi vida laboral y lo que he procurado construirme y lo que he evitado. Me pregunté qué quiero estar haciendo cada día y me gusta poder desayunar antes que todo, lavar la verdura en una tina de agua con jabón y meter un rato las manos a nadar. Me gusta cocinar para personas con las que paso todo el día.
No sé qué pase en cinco años, pero si pusiera un negocio creo que sería algo más cercano a una comida corrida. Y no me veo siendo empleada en una gran empresa.
Pero nadie puede predecir el futuro.