(20/52) Se va a acabar la gasolina

Abril Castillo
6 min readMay 23, 2020

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Hoy me desperté temprano, más temprano de lo necesario, y ya no me pude volver a dormir. Parvana se me acostó en la espalda, yo boca abajo con los brazos estirados hacia el cielo de la cama, que es el muro de la cabecera. Luego mi gata quiso que le hiciera un hueco entre mi cuello y mi hombro para poderme masticar las manos. A las 7:13am decidí ya no intentar volverme a dormir, pero me estaba costando mucho levantarme así que pendejeé en el teléfono unos veinte minutos y me levanté para tomarme la medicina de la tiroides de camino a la sala, para meditar. Últimamente medito de noche, porque en las mañanas no me da tiempo antes de entrar a las 9, a veces a las 8am, a trabajar. Al doblar el pasillo, antes de llegar a la cocina, con el teléfono en la mano, vi que me llamaba mi mamá. Contesté y la escuché anegada en llanto. Pensé que alguien se había muerto pero no entendía lo que me decía al hablar, hasta que entendí: Rompieron toda mi vajilla, la vajilla de mi bisabuela, no puedo, ya no puedo…

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Una vez, por ahí de 2002, me fui de viaje con mi ermano y mi abuela. Fuimos a Nueva Orleans a visitar a la tía Tere, la hermana menor de mi abuela, antes mucho antes del huracán Katrina. Hicimos un viaje con unos tres transbordos. O tal vez confundo los recuerdos, porque luego de ir a Nueva Orleans fuimos a Canadá, a encontrarnos con mi tita y mi mamá. Entonces tal vez el viaje que estoy evocando es más bien el segundo, cuando íbamos ya rumbo a Toronto, con escala en Newark.

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En Newark ya nos había pasado una vez tiempo antes, en 1997, que un avión no podía aterrizar en su aeropuerto y nos quedamos volando un ratote hasta que hubo espacio y tiempo en la pista para aterrizar. Esa vez del ‘97 iba con mi papá y con mi ermano, pero nos había tocado a todos en asientos separados; por suerte, porque con el miedo que mi papá le tiene a los aviones, no sé cómo habría sido esa experiencia para mí, y lo recuerdo a él sentado al lado de una gringa muy dulce que le iba explicando cosas y calmándolo, a pesar de que el inglés de mi papá no era bueno y el español de la gringa era nulo. Mi ermano iba sentado al lado de un señor con sus hijos, que le enseñó trucos de magia con cartas y yo lo veía bien entretenido y feliz. Yo no me acuerdo al lado de quién iba ni en qué parte del avión estaba sentada, ni si iba leyendo o haciendo qué. Luego de un rato aterrizamos, pero ya habíamos perdido el vuelo de conexión a Ithaca y tuvimos que pasar la noche en un hotel que la aerolínea nos pagó. Al día siguiente llegamos a la ciudad donde ahora vivían mis primas, donde el Tolín estudiaba su doctorado, y le habían perdido la maleta en el ínter a Tomás, aunque después apareció.

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Pues esta vez del avión con mi abuela y mi ermano, volviendo a 2002, también intentábamos aterrizar en Newark, pero no había espacio o tiempo o condiciones y yo me empecé a impacientar. Estaba sentada en la fila de en medio, mi abuela leyendo, en el asiento del pasillo, mi ermano en el lado de la ventanilla, dormido. Pasaban y pasaban los minutos y seguíamos haciendo círculos en el aire, yo veía el reloj, consciente de que la hora de aterrizaje ya había quedado por lo menos una media hora atrás. Desperté a mi ermano y le dije que ya deberíamos haber aterrizado pero que algo andaba mal y que íbamos a perder el vuelo. Yo estaba bien a gusto dormidito, para qué me despiertas para eso, me reclamó enojado. Me levanté y le pregunté a la sobrecargo, y me dijo que no sabía porque el piloto no le había dicho nada, pero que no parecía haber nada mal, que a veces se saturaba la pista de aterrizaje. Y me volví a sentar.

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Le dije a mi mamá que se calmara, que iba para allá para ayudarla a recoger. Que guardarla las piezas y yo luego la ayudaba a pegarlas. No hay manera de pegarlas, me decía ella deshecha, todo quedó hecho añicos. Y yo seguía diciéndole que los gatos suelen tirar las cosas. Que tuviera paciencia. Y ella: sí he tenido paciencia, pero no quiero guardar mi vajilla, mis fotos, todo lo que puedan romper. Y yo diciéndole que es solo al principio. Y ella llorando por su vajilla y su bisabuela: sólo quería dormir en la noche pero no me dejaron y cuando por fin estaba durmiendo un rato, me despertó el estruendo de la vajilla rompiéndose. Y yo ahora ya sentada en el sillón de la sala, llorando también y sin saber qué hacer, recordando una vez que mi psicoanalista me dijo que cuando alguien está muy triste no hay que decir nada, sólo escuchar, y me callé y el llanto se fue calmando y no dije mucho más hasta que mi mamá ya quiso colgar: Te llamo al rato. Y yo me quedé sentada sin acordarme a qué venía a la sala; llegó el ticher y le platiqué y él me respondió: Pues son accidentes. Hablamos un rato, se fue a trabajar y me acordé de mi pastilla y me la tomé. Y me senté a meditar el día 3 del programa de ansiedad que empecé hace unos cuatro o cinco años y dejé de hacer durante un viaje a Nueva York con Santiago, en el viaje que me enteré que me habían dado el Fonca, y en el avión también sentí miedo y sin las grabaciones del headspace pude meditar poniendo énfasis en mi nariz y en la respiración y logré que se me quitara el miedo. Ahora quiero acabar ese programa del que me faltaron 11 sesiones; me faltan 7 para llegar a ese punto y reiniciar el tiempo.

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No recuerdo el aterrizaje ni con nitidez qué pasó exactamente después ese día de 2002. Luego vino el viaje, eso pasó obviamente. Quién se acuerda de los traslados hasta que el tiempo se detiene.

Estos días siento que estamos en ese avión que no llega a su destino, que ya nos pasamos media hora, cuarenta minutos de la hora en que supuestamente íbamos a aterrizar, que vamos a perder el siguiente vuelo que nos llevará al verdadero destino. A veces soy yo la que despierta a mi ermano preocupada, a veces son los gatitos que despiertan a mi mamá luego de una noche de insomnio porque no dejaron de jugar en su cara, a veces es ella porque perdió el pasado más remoto que tenía forma de una vajilla del siglo antepasado. Supongo que muchos días preferiría ser mi ermano dormidito. Darme cuenta de cuando el avión aterrice hasta que aterrice, con ese golpe contra el piso no se puede evitar sentir. Y mientras tanto, que el silencio y el paso del tiempo no interrumpa mis sueños.

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Mi mamá me manda una foto de la vajilla y tiene pedazos bastante grandes. Me manda otra foto con tres sobrevivientes: una tetera, una cremera y una taza. Qué más se necesita. El mantel bordado por mi abuela está intacto también. La chiquita no lo hizo a propósito, le digo. Yo sé que no, me responde. ¿Cómo te sientes?, yo. Y ella: No sé, pero ya voy a desayunar. Y luego me cuenta que la chiquita está inquieta porque su mamá la está destetando y eso la pone agresiva. Y yo le digo que es un momento duro para ella. Y mi mamá sólo me dice: Na, antes de contarme que le está dando un poco de “lechuga”, y luego corrige: *lechita. Fue el autocorrector. Y yo me río y luego le escribo: Provecho ma, antes de ponerme ahora sí a meditar.

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