(20/52) Tiempo muerto

Abril Castillo
7 min readMay 24, 2022

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Llegar tarde siempre.

Dar talleres y aprender.

Entender algo pero aún no verlo.

Luego aplicarlo.

Hacer variaciones.

Perdí el tren de las 8 y voy en el de las 9. Soy muy mala para viajar en tren. Solo una o dos veces, creo, he llegado más o menos a tiempo y sin mucho estrés. Hoy estoy casi segura de que voy a perder el tren y tendré que comprar otro porque no quise pagar cinco euros más para poder cambiarlo en caso de que pasara esto. Me vi muy soberbia y ahora lo perderé, estoy casi segura, y tendré que pagar más de veinte euros más.

Voy a Castellón de la Plana a ver a Javier. Tengo un ex compañero del trabajo que se llama igual y vive ahí, pero no es a él a quien voy a ver, sino a Javier Sáez, que ha sido mi maestro desde hace unos quince años y ahora, aunque él vive en Altea, me invitó a encontrarlo en Castellón en un taller de cuatro horas que dará esta tarde. Voy tarde.

Iba a decir que era el Javier más importante pero el Javier originario de mi vida es mi papá.

Con Javier empezamos a recordar la cantidad de veces que he tomado talleres con él y me dijo si no prefería tomar el de alguien más. Claro que no quería tomar taller con nadie más, si viajo allá es para verlo a él. Y además sus talleres son de mis cosas favoritas en el mundo. Recuerdo el primero y preguntarle al Pixi si valían la pena y él responderme que no solo lo valían sino que te cambiaban la vida.

Con cuántas vidas nos hemos cruzado que la nuestra termina siendo distinta. Yo diría que muchas, no se si todas, pero este cruce sin duda me hizo ver el mundo diferente. Eso hacen los buenos maestros.

Me dijo Javier que si no me daba flojera escucharlo otra vez, que probablemente se repetiría bastante. Y yo le hablé de esas películas que una ve muchas veces y cada vez encuentra cosas distintas. Porque una película puede ser igual pero una está en diferentes momentos de la vida cada vez. Pero también Javier, que no es una película previamente rodada, dice siempre cosas distintas. Tiene nuevos proyectos que enseña y ahí, siendo los dos un poco distintos, me parece que no podría nunca ser el mismo taller. Nadie se baña dos veces en el mismo río, le dije por último. Y hablando de películas, me dijo él, a ver si no te parece estar viendo Rocky 57. ¿Será que Javier cumplió ya esa edad?

Faltan dos estaciones y solo tres minutos para que salga mi tren. Si se retrasa un par de minutos quizá lo alcance. Si no, ya sé qué va a pasar. O más bien, estoy preparada para lo que toca.

Son chistosos los trenes. Correr tras de ellos, máquinas gigantes, y una vez alcanzados, sentarse tranquilos para ser trasladados por su mágica velocidad a otro mundo lejos de aquí.

Perdí algunos segundos cuando fui a la cocina por una pera y un yogurt y una cuchara. La pera se me aplastó un poco en la bolsa y la manchó y también manchó mi libro de Leila Guerriero, Zona de obras, que compré ayer luego de escucharla en su presentación. La habíamos visto por zoom al principio del master y ahora la vimos en persona. La presentación fue cambiando de ritmo. Yo estaba un poco incómoda sentada en las escaleras y con mucho calor. En algún momento empecé a sentir claustrofobia y ganas de irme y pánico al saber que no podía. Sentada junto a Coti y cargando los últimos libros de Frontera interior que me quedaban. Toda la escalera hacia abajo llena de gente y habría tenido que pasar casi al lado de Leila hablando y luego pedirle a gente que se parara y quitara del camino para pasar. Lo estudié varias veces: bajar, perdón-perdón, pasar rápido y decirle a la chica que corrió su silla al pasillo que cómper, ir donde Lucía en la caja y darle los libros, perdón-me-tengo-que-ir, salir entre otros sentados y algunos quizá se tendrían que parar, perdón-perdón, aire en la cara, salir de ahí.

Me quedé. No ayudó estar haciendo la digestión de las albóndigas con curry que me eché en el Bismillah kebab. Un lugar que me recomendó Valentina y al que ahora voy seguido, sobre todo si voy a Lata Peinada, porque está a dos cuadras. Si sé que voy a Lata Peinada preparo el corazón siempre para comer ahí. Iba a invitar a Uchis porque quedamos de vernos antes del evento, pero a la mera hora me canceló. Tenía terapia y al final prefirió no ir a la Lata.

La presentación empezó a agarrar ritmo hacia el final. Hicieron un par de preguntas del público y, para coronar una señora, que dijo:

Yo soy un ente raro aquí porque no soy escritora ni periodista ni editora, sino maestra de solfeo. Sé que tú, Leila, tuviste una mala experiencia con una maestra de solfeo. Yo a mis alumnos siempre les doy a leer tus textos sobre música. Vemos tres conceptos: oír, escuchar y percibir. Uno de mis alumnos dijo que tus textos se perciben, que es la manera más alta de sentir la música.

Compré su libro y lo traigo ahora aquí en el tren casi por accidente. Venía en la tote bag de Bruno Munari junto con mi agua y una chamarra de mezclilla que creo que ni usaré de tanto calor que ya hace todo el tiempo, pero mi mamá dice que nunca hay que salir sin suéter. En la presentación hablaron de que este libro de ensayos reunidos habla sobre cómo escribir. En una frase del inicio, Leila dice que con el tiempo siempre se ha preguntado para qué escribir, por qué escribir, cómo escribir. Quería subrayar y solo traía una pluma azul marino de gel. Olvidé con las prisas tomar más plumas y lapiceros y lápices.

Muy sobre la hora en el metro al fin llegue a Sants, corrí con la pera en la mano puesta sobre un kleenex en la parte rota. Subí la primera y la segunda escalera. Al final de la tercera rebasé a un güey y luego me tropecé y caí con la mano derecha sobre la escalera eléctrica. He de decir que la pera me amortiguo bastante el golpe pero me di un buen madrazo. El güey al que acababa de rebasar me pasó de largo mientras me levantaba y una señora atrás exclamaba: ¿Estás bien? Ya no había tiempo para nada así que seguí corriendo. Tiré la pera deshecha envuelta en el kleenex y corrí a ver los horarios para saber hacia dónde ir. Mi tren ya no aparecía en el tablero. Eran las 8:17 am.

Fui de aquí para allá, intentando descubrir si podría usar el mismo ticket. Me rendí y compré otro, saldría a las 9:05 am. Fui a desayunar a la cafetería, un croissant con jamón y queso, un zumo de manzana, un cortado y un yogurt de durazno con maracuyá. Una chica atrás de mí en la fila me preguntó si ese pan de ahí tenía chocolate. Yo creo que sí, le dije. Me sonrió y dijo orgullosa: No soy de aquí, no soy española. Yo tampoco, me reí, pero parece de chocolate. ¿De dónde eres?, me dijo. De México ¿y tú? De Francia y mi tren a París sale a las 9. El mío a Castellón también, perdí el de las 8. Pero ya no me escuchaba. Ella pidió todo para llevar, yo decidí comerlo ahí, quedaba más de media hora. Será por eso que los europeos llegan a tiempo y yo siempre voy tarde.

La vi irse y yo me senté a comer. En cuanto abrí el yogurt pensé que lo hubiera reservado para el camino. Me imaginé yendo a cambiarlo por uno cerrado, ya todo abierto y chupado, y la encargada diciéndome que claro que no, que ya estaba todo abierto y chupado. Y yo volviendo indignada a la mesa, a contarle a mi hermano (en esta imaginación de pronto se apareció él), y él riéndose de mí mientras yo estoy toda triste e indignada y él: No mames, Abril, cómo van a cambiarte eso. Y aunque la Abril de mi imaginación no salía de su coraje yo por fuera pensaba cómo luego somos de idiotas para entender que el mundo no está a nuestro servicio y que no somos víctimas de nada siempre. Imaginé a esa gente que le echa la culpa de sus problemas a todos o que se desquita con quien puede.

Me duele el estómago y trato mal a mi marido.
No me sale el texto que quiero escribir y dejo de saludar a mis roomies.
Ser perros enfermos que muerden si los tocas.
Yo soy ese perro.

Me comí todo y a cada instante veía la hora. Aunque estaba súper cerca d elos andenes, tampoco quería tentar mi suerte. Pasé rápido al baño y a comprar unos lapiceros para poder subrayar a Leila. Últimamente subrayo con tinta y no me importa. Pero no sé por qué este libro, y este taller de ilustración hacia el que me dirijo, los quería trazar a lápiz.

Eran las 8:53 am, otra vez se me hacía tarde.

Qué chingados haces, pinche Abril, pensé. Perder dos trenes en menos de una hora.

Corrí a preguntar hacia dónde ir a quien pude. Es en los andenes del 1 al 6, me dijo un tipo. Pasé por las bandas de revisión y pregunté a alguien pasando. Eran 9:02. Es en la 5, corre, me dijo otro chico. Corrí, pasé. ¿Sevilla o París? Andén 6. Pase por aquí, es en el tren uno. Solo quedaba boleto en primera. Atrás de mí se subió la encargada y el andén quedó vacío. La puerta hizo click mientras me sentaba y ella gritaba hacia el otro lado del tren: ¡Vamonooos!

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos