(22/52) Farigola
Hipócrates relacionó en su teoría los humores con cuatro fluidos vitales: sangre, bilis amarilla, bilis negra y la flema.
Cuando iba en tercero de secundaria quizá me enamoré de Pablo y no me di cuenta. Pensaba que el amor era algo que desgarra y duele y lloras y sientes celos, y no estar en el piso de su cuarto acariciando una labrador que lleva tu nombre. La familiaridad de sus besos me hacía sentirme rara, como en familia, y no me gustaba. Sentía que caía a un vacío o que me deshacía de él de una manera que, aunque cálida, me hacía sentir encerrada. Toda la secundaria y prepa me gustaba más conocer a alguien en una fiesta, darnos unos besos y no volvernos a hablar; sufrir en el camino, despechada, pensaba. Era emocionante, pero eso no era estar enamorada.
El papel de la amistad en esos amores era algo que no me había planteado quizá hasta ayer en la tarde, que platicaba con Mariana, y me decía: ¿Se lo dijiste? Y yo: No, se me acaba de ocurrir.
No es que el amor pueda ser una cosa u otra. Yo amanecí ayer afónica. La rata dice que es por haber dicho tantas cosas durante las últimas semanas. Fede, el novio de Mariana, nos dio la receta de una pócima que te libera de todas las flemas. Lleva tomillo hervido por una hora, o más bien el jarabe que eso deja, colado, bien caliente, tan caliente como lo aguantes, sal y limón.
Llevaba unos cuatro días con dolor de garganta. Mael también tiene tos y Gris un poco, y a Rubén ya se le quitó. Julián se fue de viaje a una excavación y anoche que volvió estaba tan enfermo como yo. En la tarde, saliendo del CAP, donde en vez de vacunarme fui mejor a urgencias. Le expliqué a la doctora que Covid no es, porque la prueba de antígenos salió negativa, y me dijo que no, que era una gripa normal, que igual no me vacunara así, que quedaría hecha polvo.
De regreso a la casa fui al Ametller por verdura y pollo. La noche anterior me desvelé y me despedí de amigos y tomamos vino blanco en una terraza. El calor y el frío así contrapuestos rompen los vidrios. Amanecí sin voz. En el súper busqué enfrascado el tomillo y en la zona de verduras y no daba con él. Hasta que olí una mata y pensé que era, pero no estaba segura. Ahí nunca hay señal del celular, así que tuve que dejar toda mi compra por ahí escondidita. Aparte por qué últimamente no agarro carrito, no entiendo. Llevo todo apilado e incómodo entre las manos. Salí y me alejé un poco de la entrada hasta tener más barras del 4G. Tomillo se dice farigola. Sí era el que pensé. Herví por horas la farigola, mientras Ángel le daba de comer a Mael y les saqué unas fotos felices. Luego Ángel lo durmió y le subió a la música.
En la noche, después de cenar caldo con verduras y pollo, y unas anchoas que Fede trajo, llegó Julián y nos platicó todo sobre ese lugar de Aragón y cómo las cuevas eran heladas y su profe tomaba un poco de vino a las 10 de la mañana para calentarse. En la cueva van con triple calcetín pero sin zapatos, no pueden dejar huellas. Con razón estaba más enfermo. ¿Y yo? Yo hice algo que quizá fue parecido a pararme durante una semana en una cueva helada a desenterrar.
Cada uno se metió a su baño a hacer gárgaras. Escupes y salen unas membranas negras negras, que parece que es parte de la farigola, pero no, eres tú, son tus demonios ahí escupidos.
Ayer que un amigo me preguntó en la mañana si había llegado bien y me dijo que quizá era estúpido preguntar, yo le contesté que no era estúpido pero el autocorrector puso escupido. Y ahí hay una relación de algún tipo con todo lo demás.
Hipócrates relacionaba la flema con el silencio, a ser reservado, incoloro, transparente. Sale la flema y se vuelve negra. Se convierte en melancolía y toda la casa tiene aroma a farigola.