(22/52) Pestalozzi y Torres Adalid

Abril Castillo
4 min readJun 5, 2020

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Mi calle es en realidad dos calles, porque el edificio está justo en una esquina. La calle por la que entramos es Pestalozzi, y es también la calle verdadera, supongo, la que es verdaderamente mi calle.

Pero el edificio está en igual proporción sobre Pestalozzi que sobre Torres Adalid. Y las ventanas de mi departamento dan a la calle de Torres, y en estos días que no entro ni salgo del edificio, diría que mi calle es sobre todo Torres Adalid. En ella hay una jacaranda a la que ya se le agotaron las flores, pero que se ha llenado de hojas verdes y amarillas, aunque el resto del año está bastante seco el árbol. Podría describir esta misma calle hoy y hace un año.

Mi calle hoy tiene ese árbol lleno de hojas, aunque la calle está casi vacía de gente.

Mi calle hace un año tenía ese mismo árbol con probablemente la misma cantidad de hojas y de verde, pero bajo él había muchísima gente. Y esto es porque en la contraesquina de mi calle hay un restaurante muy rico, Piloncillo y cascabel, que entre semana sirve menús diversos, creativos y elegantes, y no es caro. El menú te sale en ochenta pesos y te incluye: entrada, plato fuerte, postre y tisana (aunque la tisana es más como té de calcetín, dicen que es de melón o de alcachofa y no sabe a absolutamente nada). Así que veías siempre la calle llenísima de gente desde por ahí de la una y media de la tarde y como hasta las cuatro.

Ahora solo está abierta desde mediodía y como hasta las cinco, y sólo te dan comida para llevar.

En general en mi calle no hay mucha gente, porque no hay mucho por aquí. Pero el Piloncillo la atraía y la invitaba a quedarse. Ni yo he comido en el Piloncillo hace semanas, o meses. No he comido desde que empezó la contingencia.

Si pienso realmente en otra calle, pienso en las paralelas. Una es Luz Saviñón. Otra es Pitágoras. Luz Saviñón es bastante parecida a mi calle (que prefiero que sea Torres, como ya dije), excepto que Luz va y Torres viene, respecto a Cuauhtémoc y hacia Insurgentes. Luz Saviñón tiene una frutería que es un poco cara, pero de buena calidad. Y un lugar de mariscos que me sorprende ver que siga abierto, más allá de ahora la contingencia, porque en general siempre está bien vacío.

Capaz es de narcos. Tiene muchos árboles, sobre todo jacarandas, y es una calle silenciosa, porque solo tiene como cuatro edificios en toda la cuadra, contando la cuadra que es la misma que mi cuadra, y la de enfrente. Solo está llena de coches y a veces es difícil cruzar la calle. A veces le hago la parada al camión y luego no me subo, pero así logro hacer un alto momentáneo y atravesar.

Si tomo en cuenta que mi calle es mi calle, entonces su paralela es Pitágoras. Ahí ocurren muchísimas cosas, porque hay una taquería Don Frank, una verdulería orgánica, una farmacia, un Seven Eleven, Michoacana, quesería, dos panaderías, tortillería, tienda de gallertas Macma, hamburguesería, lavandería y, sobre todo, un mercado. Dentro del mercado hay demasiadas cosas y por eso la calle siempre está llena de peatones cruzando por cualquier lugar y coches estacionándose y desestacionándose, algunos viene-vienes y también sobre la banqueta, gente que vende comida, como pescaditos o esquites o gorditas. Como en la esquina hay un puesto de periódicos, hay gente que se queda sentada ahí frente al Seven y se toma un atole y se pone a leer.

En mi calle nadie lee en la banqueta. Es una calle sola, muy sola. Tan sola que de noche luego pasan cosas raras. Hace muchos años, antes de que yo viviera aquí, cuando solo era casa de Santiago, una vez escuchamos una mujer gritar y al ratito llegó la policía, y la habían intentado asaltar, pero gritó tanto que varios nos asomamos y el asaltante huyó. Otra vez una mujer joven cayó muerta justo en la entrada del edificio (en la calle de Pestalozzi), y Santiago y yo ya no fuimos a la fiesta a la que íbamos. Nosotras la encontramos a la mujer tirada en la puerta, por fuera. No se podía abrir. No se le veía la cara, pero tenía la mano engarrotada. Al rato llegó la policía y luego una chica que la conocía y empezó a llorar y gritar bien feo, y yo no pude evitar verla por la ventana y llorar con ella mientras ella le narraba lo que estaba viendo a alguien por teléfono. Todo tan absurdo. Nunca antes había visto a alguien muerto.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos