(29/52) Las torres humanas que desafían a la física

Abril Castillo
4 min readJul 14, 2022

--

—¿Qué haces?

—Nada, viendo unas cosas.

El internet de las cosas. Mi celular se vincula con una computadora que estuvo diez meses apagada y yo me tardo más de media hora y muchos intentos en dar con la contraseña. La más idiota y fácil contraseña. ¿Quién era yo hace un año y qué clave le puse a esto, que en ese entonces me parecía obvio y ahora no recuerdo ni mi nombre?

El capi me dice que estoy de vuelta en mi realidad cuando lo saludo otra vez desde México. No, me dice más exactamente:

Vuelta a la rutina de reuniones a primera hora.

Y yo le digo que sí, con emojis de risa y llanto. Y agrego de inmediato: Pero ya no soy la misma. Y él solo responde: Ya. Como dicen los chilenos y españoles para querer decir que sí, que tienes razón. Ellos dicen ya, pero para nosotros en México eso es como decir ahora. Y a nuestro ahorita se le apachurra el corazón, intentando extender un sentido en el tiempo, y un tiempo en el espacio que ya no existe. Todos nos llevamos un cachito de ese lugar a un trayecto que dura medio día y nos devuelve a un espacio que durante unos días es un no lugar, un tiempo detenido. Una foto del pasado que será futuro, como esas imágenes tan recientes de la Nasa. Un hilo de Twitter donde un vato dice que un telescopio es una máquina del tiempo y yo me pregunto, ¿qué es la luz?

Quizá mañana vea a Yhonatan. Y mañana ahora es mañana en México pero sobre todo en España, y entonces es mañana dentro de dos días aquí, donde está mi cuerpo. Pero en ciertos momentos siento que me quedé en otro lugar. Con gente que no está. Dispersa como semillas o ceniza en todas partes. Hoy por fin me dieron ganas de llorar. Pero luego de eso ¿qué? ¿Cómo volver a ninguna parte? Ya todos nos fuimos. ¿Cómo regresas a esa casa hecha de personas donde no queda nadie más que el terreno? Como en la serie de WandaVision. O como los castellers, donde los cuerpos construyen por un momento una fotaleza, el de hasta abajo aguanta mucho, el niño de hasta arriba tiene que romper el record y subir y bajar para que nadie se fracture los brazos.

No sé qué hacer con tantas cosas. No sé cómo acomodarlas, cómo acomodar dos lugares en uno, dos personas en uno, un pasado y un presente en un futuro que no entiendo todavía. Me siento arrancada de un lugar y transplantada y no sé si cuando me fui la idea era o no regresar, porque en medio cambiaron cosas y no sabía si irme o no. Y ahora que estoy de vuelta con siete maletas traídas a cuenta gotas, con todas ya vaciadas sobre el piso y los muebles, y también luego de revisar toda lo que aquí dejé, empiezo a tirar unas pocas cosas que son a todas luces basura, me pruebo ropa que ya no me queda o más bien intento ponerme unos shorts y no me cierran, otros que tampoco, empiezo a aventar todo en un bulto inservible de tela que antes me vestía, reviso los libreros y empiezo a pensar qué libros no sé si quiero, cuadernos y papeles en notas que quizá debería transcribir o destruir, diarios de 1999 donde decía pura mamada y me da entre risa y pena y ternura, y siento que esa no soy yo.

Quizá como lo que estoy sintiendo ahorita, que llego aquí y veo todas estas cosas y pregunto como quien pregunta antes de abrir un regalo que acaban de extenderte: ¿Es para mí? Y recorro la casa, viendo todo lo que heredé de alguien a quien conocí íntimamente.

—Solo fue un año, no mames, Abril.

Sueno como la niña que le escribe a un tal Pablo: Neto que ya no me busques, esto se terminó para siempre, en una posdata, luego de decirle: Adiós. Aunque la carta empiece con: ¿Has oído la frase de cuando fuego hubo, cenizas quedan?

Me permito consevarlos un tiempo más, estar en esta pausa, atorada. Mirándolo todo y no sintiendo nada. O incapaz de tocar cualquier objeto, los del pasado y los del nuevo presente para quedarme flotando un ratito extra. Diez minutos más y me levanto. Yo sola, no necesito despertador, seré mi propio botón de snooze.

--

--

Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos