(30/52) Coffee cold

Abril Castillo
2 min readSep 9, 2020

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Al llegar a casa de Ingrid cada viernes a clase de pintura su estudio me recibía con un olor a café que invadía sus techos altos al ritmo de algún disco de jazz. Ese olor y ese sonido me ponían de inmediato en el estado de concentración necesario para empezar a dibujar, a pintar.

Algunas tardes el ejercicio consistía en elegir un cuadro que nos gustara mucho y copiarlo durante una hora cronometrada. Transcurrido ese tiempo Ingrid me preguntaba si quería seguir en ese cuadro o pasar a otra cosa. La clase duraba unas tres o cuatro horas. A veces preferíamos quedarnos en el cuadro, otras Ingrid proponía otro ejercicio. Algunas más continuábamos con alguna pintura de largo aliento en la que estuviéramos trabajando hace tiempo. A veces esos cuadros de una hora se volvían ejercicios de largo aliento. Recuerdo haber pasado casi un año pintando un paisaje de Corot con temple. Un día en que por fin había encontrado la pincelada, los colores, las proporciones, que solo faltaban los toques finales, luego de dejarlo secando todo se vino abajo. Tuve que volver a empezar. Ingrid me acompañó en mi duelo, pero también me dijo: Ahora ya conoces el camino. Cuando meses después otra vez lo terminé, había también aprendido a usar mejor el temple, medido el grosor de cada capa, sus tiempos de secado para que no se volviera a desmoronar. La pintura como tantas otras cosas, es cuestión de paciencia.

El día que por fin terminé el paisaje de Corot, Ingrid me dio otra tabla y me dijo que lo replicara en una hora. Me lo sabía casi de memoria. Le regalé ese segundo cuadro a mi abuela y me lo devolvió poco antes de morir. Se había llenado de moho. El temple es a base de huevo y mi abuela vivía en la húmeda Mazatlán. No tuvo salvación el cuadro.

El otro, el primero, lo tuve muchos años en mi casa. Hasta un día que llegó Lilian, mi cuñada, y lo señaló y me preguntó por él. Entonces decidí regalárselo. Ahora cuando los visito a ella y a mi hermano me gusta ver el cuadro ahí. Hace meses que no voy, no se si aún lo tengan. Ese cuadro que a pesar del tiempo me daba paz ver y pintar. Como un ejercicio de rompecabezas hacer y replicar las pinceladas de alguien más. En un viaje a Paris vi el original.

Y últimamente, cuando no consigo concentrarme o no logro bajarme la ansiedad, pongo jazz en random en Spotify y algo de mi conecta con esa misma emoción que me causaba ir los viernes a pintar en compañía de Ingrid.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos