(32/52) Heirloom
Hay una caja de Amazon que no he abierto y probablemente trae un libro en inglés sobre los jitomates Heirloom, que son los jitomates silvestres, con forma de riñón, y que ni una vez en mi vida he visto en ningún supermercado en la Ciudad de México.
A veces pienso que la dinámica con las IAs es parecida a la que tenemos en cocina. Hay días en que es cortada y al grano, y nadie se siente con el otro, todos solo reaccionan a lo que van. Pásame el encendedor, cinco ejemplos de usos del aceite quemado, quítate que voy atrás caliente, por qué no hay vegetales comestibles representados en las pinturas rupestres, detenme el colador en la tarja.
Escribir un libro largo es un ahorro, y qué tal que te mueres mañana. Pienso en eso cuando escribo aquí. Me suelto como si fuera una bitácora personal porque no siento que nadie esté leyendo, y cuando me imagino que quizá alguien sí está leyendo me pregunto si tendría que borrar la mitad de cosas que escribo.
A veces me gustaría hacer una revista miniatura que quepa en una página doblada. Llenarla de textos e ideas random como esto. Escribir sobre la escuela de cocina de manera más ordenada, pero en mí impera el desorden. Veo mi recámara y noto que más o menos todo ha encontrado un nuevo orden, que ya casi está. Pero el otro día que entró mi mamá, pude notar su cara de asco o desaprobación. Quizá solo yo le veo el orden, quizá no todo el mundo puede venir a mi estudio. Quizá no todos nos entienden y está bien, es así.
Flavita Banana me contó que cuando dejó de tomar alcohol empezó a ver el orden de su mente, que ya no lo sentía como un ruido dando golpes y bruma, sino que podía distinguir cada pequeña repisa, cada objeto, cada color. Pensé en mi estudio de inmediato. Mi estudio y este desorden que a veces ni yo entiendo y que me frustra y desespera y a veces hasta deprime es una extensión de mi cabeza. Y no hay día que no quiera arreglarlo, que no intente ordenarlo. Muchas mañana me propongo ordenar al menos una cosa. Encontrarle su verdadero lugar a al menos un objeto de aquí. Muevo un libro y lo coloco en otro librero al lado de otro libro del mismo autor; tomo una pila de más de cien papeles y los reviso uno por uno y tiro los que considero basura y meto en un folder los que pertenecen a cierta idea o grupo. He vaciado ya varios cajones y reorganicé toda mi ropa, excepto la del clóset. Me falta todo el clóset. Lo dejé abierto esta mañana y vomitó una mochila y un tupper gigante que estaba vacío. Encontré de inmediato el vestido verde que buscaba y ahí sentí que ya no falta tanto como parece. Que quizá estoy en ese momento del cubo Rubik que todavía da la impresión de ser un confeti sin sentido, y en el siguiente giro o dos queda.
A mí lo que me pasa, mi propia bruma, es el miedo no el alcohol. A veces se me pasa el alcohol para acallar el miedo, pero no es cuando dejo de tomar que me llega más concentración. Más bien siento que cuando baja el miedo, con o sin alcohol, cuando logro ciertas armonías en mis días, ahí la cosa se ordena y puedo funcionar como esas cajitas perfectas, repisas ordenadas, ver las formas, los tamaños, los colores, y arrasar en un par de horas con todo. Eso y querer hacerlo. Hay días que no quiero nada y he aprendido a respetar dejarme sin hacer nada. Trabajar por latidos a toda máquina cuando tengo la fuerza, y ser una piedra silenciosa cuando me siento agotada. Parece que todo el mundo, toda la vida, giran en torno al trabajo y la productividad, y cada vez me hace menos sentido todo eso, lo rechazo con todo el cuerpo, con toda el alma. Me siento mejor en este estado larvario para siempre. Ser estudiante. Ser freelance; un día cocinar, otro dibujar, otro dar clases, escribir, hacer portadas. Que nada me atrape. Tener el dinero justo y gastarlo y volver a empezar. No acumular nada. Escribir esto y no ahorrar nada para ningún libro que quizá nunca llegue.
Me enfermé de gripa y llevo varios días sin tomar. El miedo sigue conmigo porque encima estoy en exámenes, y ahora las matemáticas me recuerdan a mi mamá.
Cada momento de cocina en la escuela me ha mostrado habilidades sociales, disciplina, una lectura en una fracción de segundos de lo que siente el otro y, como decía al principio, tal como una IA, la pasas de largo, te saltas el buenos días, y apagas el fuego o lo prendes, emplatas al instante antes de que se enfríe, y vives de corrido, sin rencores y despertando a la acción cada día. Ese miedo del momento no es igual al otro miedo que siento, esa adrenalina de jugar a que tengo de nuevo veinte años me hace olvidar y ni siquiera pensar en el dolor de espalda que me acompañará a casa, sentada en el metro de noche, exhausta y anhelante de comer de pie en la cocina de mi casa, frío o a veces recalentado, lo que cocinamos en la escuela, para algún día estar en una de verdad y mientras tanto imaginar cómo es el mundo real, como si las IA fuéramos nosotros mismos. Y es cierto que ese ir y volver a la escuela todos los días me gusta, me motiva, me entretiene y activa la cabeza hacer las tareas, repartir insumos a comprar, levantarme temprano. Y también me ha hecho tomar mucho menos.