(33/52) Sonidos de hotel

Abril Castillo
3 min readSep 16, 2020

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Con el paso de los días, he llegado a conocer mucho más a mi vecino de al lado. No sé cómo se llama él ni cómo se llama su perro. Desde el principio de la cuarentena, el vecino sale mucho, recibe gente en su casa, tuvo pastel de cumpleaños por ahí de mayo con varios amigos, por el cubo de luz todos escuchamos sus mañanitas.

Los fines de semana, él cocina y habla con su mamá mientras yo hago yoga en el pasillo de mi casa al lado de la puerta de salida. El cubo nos hace llegar las noticias de la semana del vecino, la receta que le explica a su madre al tiempo que la cocina, los sonidos de sartenes y platos y una voz gangosa y fuerte que se mezcla con el downward facing dog de Jacqueline, la instructora de la app que bajé.

Es raro que llegue después de la una de la mañana, mi vecino, los fines de semana. Pero todo el tiempo que no está su perro ladra y ladra y ladra. Él, para hacerlo sentir más oxigenado, deja todas las ventanas de su casa abiertas. Por el cubo de luz escuchamos a su perro ladrar y, a diferencia de la música demasiado fuerte de la familia que vive en la azotea, o de las fiestas que los hermanos de los del último piso hicieron cuando les encargaron cuidar una semana el departamento, cuando el perro de mi vecino ladra, no hay manera de pedirle que se calme, que se calle, que deje de ladrar.

Una vez una chica gritó desesperada por la ventana que da a la calle. Los del hospital de enfrente pidieron una patrulla. Se oyeron gritos, todos nos asomamos. Yo no podía ver al lado, estaba a la misma altura que yo, muy cerca de mí. Pero veía la cara de los transeúntes, de la gente parada en la banqueta de enfrente, viendo con los ojos asustados y la boca abierta; varios llamando por su celular. Luego de los gritos, se azotó la puerta y la voz del vecino, gangosa y fuerte, dijo por la ventana: Fue un malentendido. La voz de la chica gritaba: Vete a la verga. Y cuando llegó la patrulla, ella ya se había ido y nadie sabía decir, nadie supo decir, qué había pasado.

Así que cuando lo veo en el pasillo nunca lo saludo. Me da miedo y desconfianza ese vecino. Aunque vea que le habla dulce a su perro. Aunque le comparte recetas de desayuno los domingos a su mamá. Aunque junta un buen grupo de amigos para que le canten las mañanitas.

Hoy me despertó el sonido de la tele a todo volumen con voces españolas de noticiero. Estaba tan alto que el sonido traspasaba la pared y llegaba con una vibración difusa pero con la suficiente claridad para despertarme, como una voz que me llamara. Los muros de aquí son bastante gruesos. Recordé la última vez que estuve en un hotel. Recordé hace muchos años de madrugada, en un hotel en Guadalajara, cómo la tele de mi vecino de cuarto se prendió a las cuatro de la mañana a todo volumen. La gente hace eso: deja la tele como despertador, aunque sólo esté en habitaciones temporales. Llamé aquella vez a recepción y tardaron unos diez minutos en irla a apagar. Me costó mucho trabajo dormirme otra vez.

Hoy en la mañana, con el sonido del noticiero a todo volumen, tardé unos segundos en reconocer que estaba en mi casa. Y me entró la duda de cuándo volveré a escuchar esos sonidos de hotel en un viaje de verdad.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos