(33/52) Tender la cama

Abril Castillo
3 min readAug 17, 2018

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Siempre he odiado tender la cama e irónicamente es un acto que marca mi cotidianidad como pocas rutinas. No tenderla me hace sentir incompleta el resto del día. Como que no logré algo.

Tal vez se deba a una vez que le escuché a mi tía abuela Lupe decirle a su hija, la Primavera, que bien podía barrer, trapear y sacudir su casa diario o hasta dos veces al día, pero que si no tendía su cama, la casa quedaba tirada. Me di cuenta de que yo era igual que la Primavera. Nunca la tendía. Iguales, excepto porque tampoco me importaba barrer o trapear o sacudir.

De niña no notaba esas cosas porque se hacían mágicamente por algún adulto. Pero sí me daba cuenta, siempre, de mi cama destendida. Pero a la vez mis brazos eran muy débiles para cargar el colchón y hacerlo apropiadamente, entonces tender mi cama se parecía mucho a no tenderla.

Entonces un día en que era cambio de sábanas y mi cama la hacía alguien más y quedaba reluciente, decidí dejar de tenderla y comencé a usar un sleeping bag que ponía encima. Era más fácil extender el sleeping cada mañana que lograr levantar el colchón para fajar las sábanas, acomodar la colcha y poner el cojín para que quede fajada por la almohada pero cubriéndolo. Mi abuela tenía una técnica que ejecutaba con maestría. Pero yo no era ni capaz de cargar el colchón, no me daba la fuerza.

Así que durante un par de años dormí en un sleeping. Y en algún momento, así como ocurre cuando empiezas a ir al gimnasio y de una semana a otra ya puedes cargar más peso como si nada, por fin pude cargar el colchón con una mano y fajar la sábana con la otra.

De ahí no había un solo día en que no tendiera mi cama. Me sentía completa.

Sólo cuando iba Blanca unos años, y luego Berenice cada dos semanas a hacer una limpieza más profunda de la casa, la dejaba destendida para que pudiera cambiar las sábanas. Y las veces que la dejaba sin hacer y a la mera hora por algo no llegaba, me frustraba mucho en la noche entrar a mi cuarto así. Un vestigio del día siguiente. Un viejo dolor.

La cama destendida de noche me da náusea. Frustración. Desesperación. Me deja tirada, como decía la tía Lupe, aunque ella no se refiriera a eso. ¿O se referiría en el fondo a eso precisamente?

En una época en que vivíamos solos mi ermano y yo (él estudiaba psicología y yo trabajaba de tiempo completo en el INALI), una tarde antes de salir para la casa, lo llamé y le pregunté si sí había ido Berenice.

No, ya no llegó.

Suspiré.

Qué te pasa, me preguntó Tomás.

Nada, que dejé deshecha mi cama y me voy a deprimir mucho cuando llegue y la vea.

Se rió de mí. Y yo con él. Colgamos.

Cuando llegué a la casa cenamos algo juntos en la cocina. Nos quedamos platicando. Luego subí a mi cuarto y prendí la luz. Me senté en la cama. Dejé mis cosas. Me puse la pijama. Me di cuenta entonces de que la cama estaba tendida.

Tomás, ¿no que no había venido Berenice?, le pregunté gritando desde mi cuarto hasta el suyo.

No vino. Yo la hice. No quería que te pusieras triste, me respondió desde su cuarto.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos