(37/52) pan y pastel

Abril Castillo
8 min readDec 3, 2024

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Realmente no soy buena para hacer pan ni pasteles. Me lo dijo mi maestro del semestre pasado y saqué 7 final a pesar de haber hecho todo y más. Acabo de reprobar pastelería y aunque se que quizá pude haber sacado 6, 7 o hasta 8, solo alcancé 5.75. Y estoy convencida que no es culpa de mi maestra sino mi propia responsabilidad. Aunque también cuando veo esas cifras y veo que solo faltaba .25 para librar el recursamiento, me digo, ¿en verdad siempre saqué solo 7 en cada práctica? Seguro que sí, porque realmente no soy buena para hacer pan ni pasteles.

Ayer sonó mi despertador a las 6:40am. Me bañe en chinga y bajé al lobby del hotel donde me esperaba Mario, un conductor de la feria que me llevaría al aeropuerto. Mi vuelo salía a las 10:18 am. No iba a documentar nada pero más valía llegar temprano; solo traía una maleta de rueditas, mi mochila amarilla y mi bolsa gris de mano. Me contó que trabaja en la biblioteca de la universidad, que ahí los jóvenes van a hacer de todo menos leer. Que a él le gusta el silencio y que diario se va en bicicleta al trabajo, en un trayecto de más o menos 45 minutos. En el camino que empieza de noche hay una parte donde vive mucha gente en situación de calle, los ve todos los días y diario se saludan; últimamente ha visto más. ¿Por qué crees que están ahí, viviendo en la calle? Y me responde que cree que por cuestiones de drogas la mayoría. Pienso en el chico que vive en la calle de san Jerónimo y que me daba miedo en las noches cuando salía del Claustro y tenía que pasar a un lado de su cambuche. Un día algo me grito, me hablaba directamente a mi, y aunque quise correr me regrese a escucharlo. ¿Que dijo? Y me lo repitió: Buenas noches. También le di las buenas noches y me fui. Desde hace tiempo llegó otro muchacho a vivir ahi, debe tener menos de veinte años. Tanto el grande como el chico pasan todo el día en el suelo moneando.

Mario se estacionó por atrás del aeropuerto en un espacio que reservaron para los autos de la FIL y me ayudo a empujar mi maleta y me llevo a la entrada donde pasas por rayos X. Eran las 7:20am, el abordaje de mi vuelo empezaba hasta las 9:43. Llegando a México tenía que correr lo más que pudiera hacia los taxis, alimentar a mis gatos, regar mis plantas, limpiar la arena, tomar los insumos fríos del cajón del refri, mi uniforme recién planchado que había puesto en una tote y está en una silla del comedor, la bolsa de insumos secos al lado de la puerta, cambiarme por los pantalones de la escuela, calcetines negros, playera blanca, quitarme aretes y collar, y correr. Correr al centro, llegar al metro Etiopía, transbordar en Balderas, esperar el rosa que me dejará en Isabel la católica y seguir corriendo al salón en posgrado del claustro donde haría el examen final teórico de biodiversidad. Al terminarlo a toda prisa tendría un momento para ir a buscar cualquier cosa de comer y terminar de ponerme el uniforme para ir a presentar el examen final práctico de pastelería. Por suerte había metido la requi desde el jueves pasado.

En la hora y media que me quedaba de espera para que saliera mi vuelo de Guadalajara a la Ciudad de México, podía estar un rato tranquila antes del maratón que tendría ese día. Pensé en desayunar pero no tenía hambre; de hecho tenía muchísimas náuseas. Así que estuve caminando un rato de aquí para allá, buscando que podría comer que no me diera tanto asco. No quería hamburguesas ni de Shake shacks ni sushi de moshi moshi, que también vendía chilaquiles pero no gracias. No quería ir s Chilis y pagar una millonada por unos huevos recalentados y ni sabía si realmente quería algo tan pasado como huevo. Veía a ratos los horarios en las pantallas y antes de todo fui a identificar la sala de la salida: C30. Encontré un restaurante cantina muy bonito que no era franquicia de nada, me senté y pedi unos huevos a la mexicana, jugo de toronja que me aseguraron era natural, no de cajita, y un café que me confirmaron que era recién hecho de máquina, con leche deslactosada aparte. Eran las 8:10am así que tenía más de una hora y media para matar. Mientras esperaba le di play a un mensaje de la Rat y abrí mi correo: varios mails con el emoji de alerta avisaban, primero, que mi vuelo se había cancelado, y otros que me habían reasignado a otro a las 3pm. Tomé mi maleta y mi mochila y corrí hacia la puerta C30, pero no había nadie.

Mi examen de pastelería era a las 5. No llegaría ya a ninguno. De ida en camión habíamos hecho más de 7 horas, ni aún saliendo en ese instante llegaría antes de las 4 y cacho a la Ciudad de México. Además me daba miedo manejar sola esa carretera, además no traía dinero suficiente ni tampoco sabía si me reembolsarían el vuelo. Además el dinero, el dinero, el dinero. Esa carrera tan cara que estoy pagando y el poco tiempo que me queda para lo demás.

Miré las pantallas y en efecto mi vuelo había cambiado a cancelado. Pregunte a un hombre de chaleco naranja y me dijo como salir. Mire hacia la puerta c30 y ya había alguien. Fui.

No servia de nada llorarle que si no llegaba a mediodía a la ciudad reprobaría dos materias y ya nunca tendría beca. El encargado con una sonrisa me dijo que podían reembolsarme sin problema y que el único vuelo posible era ese de las 3:30pm. Me fui a sentar un rato al lado pensando que hacer. Realmente no tenía la menor idea de que hacer y, aún con los audífonos puestos todo ese tiempo, llame a Santiago pero no me respondió. Me debatía entre volver al hotel y dormir más y regresar a las 3, o irme en camión o encontrar de milagro un avión que saliera antes aunque fuera en otra aerolínea. Un banco de niebla había hecho que cerraran un par de horas el aeropuerto de la cdmx y ahí todo se desquició. Así que daba un poco lo mismo, todas las aerolíneas estarían retrasadas. Me di cuenta que no había ya nada que hacer, ni aún corriendo tanto como podía llegaría ni manejando a tiempo a la escuela. Le escribí a Santiago: cancelaron mi vuelo. Le escribí a los de mi brigada: cancelaron mi vuelo y muchos emojis llorando y ahí al fin me puse a llorar. Me llamo Santiago y no me escuchaba así que me quite los audífonos para volverlo a llamar. No tenía el estuche para devolverlos, no tenía mi bolsa. Salí corriendo de vuelta al restoran: ahí estaba mi bolsa de mano gris olvidada y mi desayuno listo en cuanto otra vez me senté: tenía la esperanza de que volvieras, me dijo el mesero. Todo estaba intacto en la mesa tal como lo dejé. Hablé con Santiago y luego me comí el huevo. Extrañamente tenía menos náuseas ya, ahora que sabía que no haría el examen ni el maratón. Pero estaba tan triste.

Una tristeza me empezó a acordonar todo el cuerpo, la idea de que quizá no podría terminar la carrera, cada semestre una estrategia nueva: el primero, dar clases ahí para ver si me hacían descuento, pero no, para nada, solo acabe cansadísima; el segundo logré 25% con la beca de excelencia que me subieron a 35% el tercero.

Al terminar salí al mostrador a ver si se podía hacer algo, conseguir un boleto antes aunque fuera ascendiendo a primera clase. No había nada y tampoco nada garantizaba que los vuelos salieran a tiempo, el más temprano que me ofrecían era de las 2:30 y habría tenido que pagar dos mil pesos por una incertidumbre. Así que volví a entrar y pregunté de nuevo a los encargados se adentro y me aseguraron que saldría de la c30, que me quedara por ahí todo el tiempo. Me fui a sentar a unas sillas reclinables y platiqué un par de horas casi con Idalia. Me compré un cuaderno y unos plumones en Miniso que quedaron sin usarse. Cuando no aguantaba las ganas de orinar me pare al baño y de ahí intenté comprar un agua que se atoro, logré que alguien viniera a abrirme la máquina y cuando la tuve, empecé a buscar que comer, ya pasaba de la 1, el nuevo abordaje era a las 3. Encontré un lugar que se llamaba Los Otates, como la calle de casa de mis abuelos pero en plural. Me llegó otro mail: ahora el vuelo saldría 3:30. Pedí dos quesadillas de lengua en salsa verde, una copa de vino. Terminando de comer, otro correo: ahora saldría a las 5pm. Quise gritar. La capitana me ofreció otra copa de vino y acepte pero nunca la trajo. Mejor así. Pedí la cuenta y seguí caminando por ahí. Pensé que si llegaba a las 6:30 a la ciudad aún podría ir al claustro y hablar con la maestra, antes de que terminara a las 9 la clase; algo podría hacer.

He de haber ido a hacer pipí unas ocho veces al menos. En una de ellas perdí mi botella de agua e iba a comprar más. Un muchacho no podía hacer que la máquina se tragara sus monedas y le ofrecí la mía. Compro agua, luego yo compré la mía. Me dijo que estaba en lista de espera para el de las 4:30, también vi a lo lejos a Aguilar camin formado en ese avión. Los horarios no marcaban ningún cambio en mi vuelo. Me senté otro rato en las sillas reclinables para cargar mi celular.

Pasados diez minutos fui de nuevo a ver las pantallas. Mi vuelo decía que salía de la sala b11 pero también decía: cerrado. Corrí y corrí y corrí y el encargado de hace rato me dijo que ya no podía abordarlo, aunque el avión seguía ahí. Me solté llorando como si se me acabara de morir alguien. Ya no podía ni hablar ni explicar lo que eso significaba. Me pusieron en el vuelo de las 7:15pm y me aseguraron que saldría de la A2.

Me fui berreando por los pasillos como vil llorona. Entré al baño para intentar calmarme pero no podía dejar de llorar. Alrededor de la sala A2 no había pantallas que mostraran ese vuelo, así que volví hacia las puertas C y en efecto decían que en la A2. En cuanto me senté me quede totalmente dormida, abrí los ojos cuando prendieron las luces poco antes de aterrizar. Compré un taxi y llegue alrededor de las 10pm al aeropuerto.

Hoy en la mañana me escribió la chef de pastelería. Pensé que aún dentro de todo pude haber sacado un 6 y no tener beca este semestre pero pedirla mas adelante. La chef me dijo que saqué 5.75 así que la tendré que recursar en un año y ya el resto de la carrera no podré volver a pedir beca.

Me pregunto por qué decidí irme a la feria, por que no he renunciado a todo lo que era antes para sólo dedicarme a la gastronomía. Desde ayer recordaba la película de La pianista y como la maestra de piano le pone una trampa para romperle los dedos a su alumna estrella, con una bolsa llena de vidrios, justo antes de una prueba determinante para su carrera. Como esa acción se puede interpretar como un acto de envidia o de mala leche, pero también como de cierto modo es querer ahorrarle todo lo que viene: una vida anulada de todo menos del piano, una exigencia abrumadora e infelicidad.

Sí me estaba yendo muy bien en la carrera y eso me ayudaba a pagar menos colegiatura, pero a qué costo. Ahora, sin la presión de conservar una beca, supongo que podré hacer más cosas aunque me vaya a uno que otro extraordinario. O tal vez termine saliéndome de la licenciatura. O a ver qué pasa.

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Written by Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos

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