(41/52) Si entrara a trabajar a las 10 sería feliz

Abril Castillo
3 min readNov 10, 2020

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Últimamente por las mañanas los trastes los lava Santiago. Hay días que no, y es parte de un ritual que me gusta tener al despertar, pero que no siempre puedo hacer.

Tu tiempo es tuyo, me dice Idalia.

Tu vida es tuya, y también tu cuerpo, me dice Emma Laura.

Veo otra vez después de veinte años Vanilla Sky y pienso en lo fácil que es convertir el hedonismo en pesadilla. La vi a principios de los dos miles en Mazatlán, con f., mi ex novio. En esa época salieron muchas películas de ciencia ficción y f. y yo pensamos en una curaduría de un potencial maratón de pelis titulado: “Personajes que no sabían que estaban muertos”, junto con Los otros también de Amenábar, y por supuesto, Sexto sentido.

Me faltó decir: spoiler alert (aunque son películas de finales de los noventas principios de los dosmiles).

Si yo no estuviera muerta, si mi tiempo me perteneciera, ¿qué haría?
Si viviera un sueño lúcido y pudiera hacer lo que quisiera, ¿a dónde iría?

Me despierto todos los días entre las siete y las ocho y media. Como parte de la rutina, me gusta poder hacer ejercicio con calma. Últimamente hago rutinas de yoga de unos treinta minutos. Me estiro, mi cuerpo se estira, mi mente se relaja. Comienzan a dolerme músculos que no sabía que tenía. Me pico el abdomen buscando un tumor o algo. Algo que duela. Algo que conecte mi dolor con el cuerpo. ¿El dolor es psíquico o físico? Luego de un rato de picarme el abdomen, se convierte sin duda en un dolor físico.

Cinco días haciendo yoga y ya puedo hacer la plank position y el downward facing dog sin que me duelan los brazos ni me traicione mi falta de fuerza. Todo está en el equilibrio de la fuerza del abdomen, la cadera, el pecho y los brazos, me dice Santiago. Yo al principio me caía de panza al intentar hacer la posición de cobra. La misma fuerza de la cadera que cuando no quiero tocar los tubos del metro, ahora que hay covid, pero también desde antes.

La fuerza y el equilibrio radican en la cadera. Así me lo dijo también Juan Carlos, un terapeuta del cuerpo con el que no quise volver más luego de una vez que me tocó raro. ¿Me tocó raro o me lo estaba imaginando? ¿Los hombres dudarán tanto de sus incomodidades como las mujeres? No volví porque me tocó raro, pero antes de ese día, fui durante semanas con él y me enseñó a poner la fuerza en la cadera para no caerme. Con la tristeza, tu cuerpo se desequilibra y te caes. También él me enseñó cómo por los cayos de mi pie yo tenía tres pisadas: una silenciosa, una miniatura, la normal.

Algunas mañanas de la cuarentena he logrado hacer yoga. Llevo ahora cinco días corridos y ya no me caigo de panza. Me estoy haciendo fuerte o estoy encontrando un punto de equilibrio.

Me gusta hacer ejercicio al despertar, pero no siempre hay tiempo. Me gusta poder hacer ejercicio, luego de tomarme mi pastilla para la tiroides, hacer ejercicio y bañarme luego de haber sudado mucho, limpiar la arena de los gatos mientras se calienta el agua de la regadera. Secarme con calma, ponerme crema en todo el cuerpo, ir a mi cuarto y tender la cama mientras mi piel absorbe la crema, vestirme, abrir la ventana, peinarme el pelo aún mojado con los dedos. Ir a la cocina, una hora después de haberme tomado el Eutirox, y hacerme un café, un huevo duro con Tabasco, sal y pimienta; un jugo con naranja, papaya, manzana, fresas y avena.

Y solo luego de haber hecho todo eso, disfruto mucho sentarme frente a la computadora y que Óscar me llame y me diga: ¿Ya desayunaste tus cereales? Y empecemos a hablar de ilustración mientras mi café se enfría.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos