(41/52) Voy a operar una zanahoria

Abril Castillo
3 min readOct 27, 2022

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“Lo que no se comparte, se pierde”, me dijo el ticher ayer, que le contaba que quería escribir todas las recetas de mi familia, transcribir todos los platillos que he probado. De atrás para adelante.

En la mañana vi en la cuenta m_d_n_f_ un libro titulado “I spent the second half of my life remembering the first half”.

Ayer entrevisté a Giulia, una chef de la Toscana que aprendió a cocinar por su abuela. Su madre no cocinaba y ella quería comer casero. Para Giulia, escribir recetas es un tipo de traducción. “La gente necesita medidas precisas para poder replicar un sabor; en la familia se cocina al tanteo. Mi trabajo es volver ese tanteo algo perdurable”.

Pensé que yo quisiera hacer eso que ella hizo con la comida italiana, contar la historia de mi vida con sabores mexicanos. Mi mamá no escribe pero yo sí, hacer las recetas una por una y tomar notas.

Una vez leí un tuit de Pierre Herrera que estaba obsesionado con lograr la copia exacta de la sopa de su mamá.

Hice el examen de admisión para el Claustro. Fui a una visita guiada. Pensé que no me queda mucho tiempo para ser mamá, pero sigo sin estar segura de si quiero serlo. ¿Es una evasión seguir estudiando el resto de mi vida o es mi vocación estudiar?

Cumplí un sueño y eso conlleva un duelo. Tal vez por eso desde que volví me siento tan triste. Desencanchada. Sin mucha motivación.

Éramos dos personas muy distintas, le digo al ticher. Éramos prácticamente otros cuando nos conocimos hace doce años. Hemos ido cambiando. Hay más de dos opciones en la vida siempre. No solo seguir o cortar. Las relaciones duraderas son de quien quiere seguir y las trabaja.

Mientras son peras o son manzanas, me inscribí a un diplomado en cocina mexicana. Quizá como en esa enseñanza por proyecto del programa de libros de texto de la SEP, pueda aprender técnicas haciendo recetas concretas. Un proyecto final que lo ligue todo, como en domestika. Técnicas de cocción, de cortado, de salsas y emplatado.

Hablé con María más de una hora. Tomé tantas notas que podría hacer un fanzine. Por momentos olvidaba que era la niña que conocí hace años en casa de Flavia. Aprendí tanto de ella en una hora.

“Creo que le sacarías mucho jugo a esa carrera. Y creo que es una carrera que todo el mundo debería estudiar”, me dijo segura. También me invitó a conocer una cocina de verdad.

Al inscribirme al diplomado tenía que elegir talla de la filipina: M o L. Elegí M, creo. Iba a elegir L para estar más cómoda, pero luego pensé que soy M aunque esté panzona, que por qué quiero ocultar mi nuevo cuerpo. Mi cuerpo actual.

Como si el presente solo fuera soportable visto como pasado. Me saqué un nuevo pasaporte y no soporté mi imagen actual. El duelo de perder mi foto de antes, su vigencia caducó. Ya no soy esa de hace diez años.

“Isolda tiene un muy buen dealer de filipinas”, me dijo la rat. También tengo que comprarme zapatos negros antiderrapantes, de preferencia sin agujetas. Y tuve que hacerme un justificante laboral porque la primera sesión me la voy a perder porque estaré en la FIL. “Un justificante firmado por tu jefe”, me dijo por mail otra María. “Yo soy mi propio jefe”, le respondí y le hice la carta; tanta burocracia que nos podríamos ahorrar.

Me parece chistoso que cocinar y operar impliquen un uniforme parecido.

“Creo que es el mismo proveedor que hace los de chefs y de médicos: Pues tiene que ver con carne”, me cuenta la rata. Ella está en un restaurante en Badalona y se toma una cerveza mientras yo espero la hora de abordar el avión a Mexicali y me tomo un café en la sala de espera.

“Dicen que el calor de Mexicali es sólido. Que lo puedes partir con un cuchillo”, me gusta imaginar esa idea del calor congelado o masificado. Espeso, concreto. Un pastel.

Quiero conocer en persona a Montse y a Iveth. Reírme con Elma y volver a ver a Ana, a quien vi por última vez en una vida pasada.

El otro año tal vez me vuelva chef.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos