(42/52) Blockbuster

Abril Castillo
3 min readNov 24, 2018

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Mi viernes favorito era cuando mi papá nos llevaba al Blockbuster de Miguel Ángel de Quevedo a rentar películas. Podías rentar hasta tres y mi papá nos pedía que de preferencia no rentáramos de las rojas. Las rojas eran para el día siguiente. Las azules te las podías quedar unos tres días. Las rojas obviamente eran estrenos, para rentar una azul que valiera la pena, había que cavar hondo para encontrar tesoros.

Desde chica me he acostumbrado a no comprar de primer impulso. Una vez al año me compraban ropa mis abuelos y mis papás. A veces dos veces al año, si de cumpleaños pedía ropa. Me daban un presupuesto base y recorría varias veces la tienda sin casi tocar nada, sólo viendo. ¿No te gustó nada?, me preguntaba mi papá. A veces no me gustaba nada. Y en medio de la frustración (mía) nos íbamos. A veces me gustaban muchas cosas para las que no me alcanzaba y daba dos, tres vueltas hasta decidir qué llevarme.

Pero en cuanto decidía, iba precisa por cada prenda, por cada película, con la certeza de llevarme lo correcto. Aunque eso pasara (si bien me iba) solo una vez al año, o cada fin de semana.

La primera película cuya portada veía siempre pero jamás me atreví a rentar fue Carrie. Ahí aún no existían los Blockbusters, sino sólo los videocentros. Tenía alrededor de cinco años y cada visita al videocentro rentaba Winnie Pooh o Alicia en el país de las maravillas o La espada en la piedra o Robin Hood.

De las primeras películas que mi papá me grabó fueron probablemente tres de esas cuatro. La de Winnie Pooh nunca la tuve en físico pero me la sé de memoria. Y la de Alicia la veía cada día religiosamente. La de La espada en la piedra era la favorita de Tomás.

Y nunca renté, a la fecha, ni he visto la de Carrie.

Veía a esa mujer ensangrentada en la portada mirarme fijo. Algunos viernes no me atrevía a verla y otros buscaba su mirada. Y no eran los ojos lo que más me perturbaba, sino sus labios apretados en un gesto de dolor que yo interpretaba como el resultado de toda esa sangre que llevaba encima.

Tardé muchos años en saber que esa sangre no era suya. Que no emanaba de su propio cuerpo.

A los doce años mi papá por primera vez me dijo que procurara no rentar películas animadas. Que ya estaba grande par ver puras caricaturas. ¿Tenía que rentar ya Carrie?

Era un reto encontrar una película azul con personas, que no tuviera sangre y que idealmente nos gustara a los cuatro de la familia.

Yo seguí rentando dibujos animados. Y ver las películas de otros porque no había otra cosa que ver nos hacía tolerantes y nos reunía el fin de semana.

El último Blockbuster que estuvo cerca de mi casa es un Vips ahora. El de Miguel Ángel, una Casa del Libro. El videocentro del Detodo de Copilco ya ni existe. Junto con el Detodo.

Hoy vemos Netflix sin salir de la cama y las decisiones las tomamos solos y a solas. Un primer impulso ya no tiene graves consecuencias, como no tener qué ver todo el fin de semana. Ahora los fines de semana duran para siempre y no hay nada qué devolver.

La sangre de Carrie no era suya. El dolor expresado en su boca era emocional, no físico. No se qué duele más, si la humillación o el olvido. Pero ya llegará el año en que nadie sepa qué es Netflix, así como hoy nadie recuerda al Detodo ni al Videocentro.

Y otro día en que nadie recordará nuestros nombres.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos