(42/52) Comer cactus es de sabios
Me acuerdo de una época en que me obsesioné con los tacos de nopal. Por lo barato que son sus ingredientes, podía comer abundante por unos cincuenta pesos o menos durante unos tres días.
Todo empezó una vez que fui a visitar a Majo cuando todavía vivía por metro General Anaya. Había visto muy pocas veces a Lucía, su hija, porque a Majo casi siempre la visitábamos de noche cuando teníamos el taller del mono verde, y cuando llegábamos Lucía siempre se había dormido ya. Así que esa vez me invitó a comer las tres en su casa. Tráete unos limones, me dijo y yo pase al súper y como no sabía bien para qué los quería, compré como un kilo y algo de postre.
Pero no, porque esa vez del helado fue otra vez. Y para entonces Majo ya vivía por metro Portales y acababa de morir su hermano, así que también quedamos de vernos pero de noche. Lucía estaba ya dormida y yo llevé vino, queso y un helado que olvidamos en el congelador y que ella encontró al día siguiente y se comió con Lucía (o eso imagino).
Desde que la conozco, Majo siempre ha vivido cerca de la línea azul del metro, así como yo no me despego de la línea verde.
Así que esa vez de los limones, comimos de tarde Majo, Lucía y yo. Lucía tendría unos dos o tres años, y comió nuggets de pollo y tal vez brócoli. Pero para nosotras, Majo hizo ensalada de nopales asados con jitomate y cebolla, tortilla de maíz, un poco de queso. Los limones eran para hacer agua, y a Majo le dio risa que hubiera llevado tantos. Aun si hubiera sabido que eran para agua quizá habría llevado el mismo kilo, nunca sé cuántos limones echarle al agua, y nunca se sabe cuánto jugo traerá cada fruta.
Me gustaron tanto los tacos de nopales y pasé una tarde tan bonita ese día con Majo y Lucía, que durante meses en todo lo que podía pensar era en tacos de nopales. Empecé a hacer variaciones con tortilla de harina cuando no tenía de maíz. Les echaba a veces queso manchego o panela o de cabra. Los hacía con limón y sal. Con cebolla y jitomate. Los preparaba de desayuno o de comida o de cena. Le contaba a mi mamá lo sencillo que era el platillo y lo delicioso. Y a veces cuando hablaba con ella me preguntaba si otra vez estaba comiendo tacos de nopal.
Tan fuerte se volvió mi fijación que cuando ese año fui a Italia con Santiago, a la feria del libro de Bolonia, no podía apartarlos de mi mente, tan imposibles de conseguir allá. Y tanta era ya mi adiccion a los nopales, que ante su ausencia me dio un craving absoluto. Pensaba con la distancia en lo chistoso que es comernos los cactus. Y cómo en México son tan baratos y se usan tanto en la comida y en los jugos y en los remedios. Y extrañaba México y quería unos tacos. Mis tacos.
En la entrada del hostal de Bolonia como un milagro, vi un nopal en una jardinera. Pensé que a nadie le importaría si cortaba uno y lo limpiaba y lo asaba en un sartén. ¿Te imaginas arrancarle un nopal a ese cactus?, le dije súper en serio a Santiago. Y el creyó que era broma. Y así lo dejé, al nopal intacto.
Anoche que me enfermé del estómago y luego de muchos meses de no hacerlo, vomité, me receté para hoy unos nopales. Hoy en la mañana fui al mercado por pollo y verduras para hacerme un consomé, y me compré cuatro nopales grandes por diez pesos. Desayuné tacos de nopal con sal y eso estoy cenando. Hoy también estoy a punto de dormir sola porque le pedí a Santiago que se quedara en su estudio solo esta noche; he tenido insomnio toda la semana y con los nervios de punta todo me despierta.
Hoy he pensado también en esa sabiduría del cactus. Que te acompaña o te deja estar, te alimenta y te salva.
Es que yo a Santiago antes de decirle ticher mucho tiempo le dije cactus. Porque así es él.