(42/52) Spoiler Alert: Julie y Julia

Abril Castillo
11 min readDec 26, 2023

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Este es un spoiler alert que escribí hace un par de meses para leerlo en Irudika, un festival de ilustración en Vitoria Gasteiz donde me invitaron a hablar de dibujo y comida.

MI CUADERNO PERDIDO
Fragmentos históricos de comida, escritura y dibujo
noviembre de 2023, Vitoria Gasteiz

De niña iba a museos porque me llevaban. Me llevaban sobre todo en la escuela y pocas veces entendía del todo lo que me explicaban. Una amiga que es historiadora una vez nos dio una clase que partía de la pregunta: ¿cuál es el motor de la Historia? La respuesta, nos dijo, tiene que ver con la visión que tienes como historiador. Para alguien el motor de la historia puede ser el arte, para otro las guerras, para alguien más la tecnología. La clase que tomé con ella duraba cuatro sesiones y encadenó el fin de mi vida previa, por decirlo de algún modo, y el inicio de esta licenciatura.

No sé cuál es el principio de esta historia así que empezaré por el medio. El sábado 30 de marzo de 2023 invité a mi mamá, a Idalia y a Nat a cocinar a mi casa. Nat nos enseñó a hacer arepa boyacense y empanadas colombianas. Mi mamá trajo camarones de los que vende mi tío Pepe y robalo, hicimos coctel y aguachile. Empezamos a mediodía con la esperanza de comer alrededor de las cuatro. Terminamos cenando pasadas las ocho de la noche. También vino Alex a cocinar y Santiago. Creo que es un buen inicio para esta bitácora. En los meses que llevo cocinando, mi parte favorita es la colectividad y comer y preparar con otrxs. Eso y que me aleja de la pantalla. Quiero ordenar y recordar este trayecto, por eso escribo. Cuando me fui a vivir sola, en un pequeño cuaderno rosa empecé a escribir todas las que consideré que eran las recetas básicas para la nueva vida, se las pregunté a las mujeres de mi vida de 2008. Hace unos meses revolví toda mi casa y jamás apareció ese cuaderno. Así que empecé otro nuevo, en sentido figurado (o de manera digital).

También, en agosto de este año empecé a estudiar gastronomía. Una de las primeras preguntas que mi maestra de HistOria nos hizo fue: ¿ustedes saben de dónde viene el jitomate?, ¿el origen de la miel? ¿En qué región del mundo nació la cerveza? ¿De dónde salieron las gallinas?

Con la promesa de que algunos de esos misterios se revelaran, y porque muchos de ellos damos por hecho que son de otro lugar: resulta a veces sorprendente pensar que un tomate tan arraigado de la cocina italiana venga de América, o que la miel sea egipcia.

Y así de intrigantes los orígenes de otras cosas. Parecería absurdo u ocioso hacer memoria, pero rastrear estos trayectos del tiempo y el espacio dotan de profundidad cada sabor y cada experiencia compartida.

El rastro más claro que me vino de golpe la semana pasada fue la primera vez que vi una película que, sin saberlo, trazaría mi destino, o lo hilaría de una nueva forma. Estaba en un momento no muy claro de mi vida, en esa visagra hacia los cuarenta.

La historia empieza así:

I.

Un día por la tarde de un año que no recuerdo, vi por primera vez la película Julie y Julia (Ephron, 2009). No sabía que se convertiría en una película que vería al menos una vez al año, ni que sería de esas obras que cada que veo me dicen cosas diferentes.

El año es 2002 y una joven escritora en formación, Julie Powell, acaba de mudarse a un nuevo barrio y está perdida vocacionalmente; quiere ser escritora pero no sabe de qué escribir y mientras tanto trabaja en un centro de atención a víctimas del 9/11 contestando teléfonos y pasando sus días uno tras otro sin mucho propósito que llegar a su casa a cenar algo rico con su marido.

353 por delante. Un día horrible en el trabajo. Una señora de la tercera edad que se veía como si ni lastimara ni a una mosca me llamó burócrata de pacotilla. Pero luego llegué a casa y cociné un pollo con crema, hongos y oporto, y fue una bendición total. (Powell, 2006)

Poco a poco, Julie Powell se propone cocinar recetas de Julia Child, que conoció en su famoso programa de televisión “The French chef” (1963–1973) y de su libro El arte de la cocina francesa (1961). Un día tiene una revelación: cocinará de cabo a rabo todo el recetario de cocina francesa y aprenderá en el camino a cocinar de verdad; mientras tanto, llevará una bitácora virtual de sus intentos y gracias a eso escribirá, seguirá escribiendo y se volverá una escritora de verdad también.

II.

En 2022 cumplí cuatro años trabajando en una empresa global, donde me contrataron originalmente para ser curadora de cursos de ilustración. El proyecto nació en España como un foro entre colegas artistas donde se intercambiaban información sobre diseño y creatividad. Poco a poco, creció y empezaron a grabar cursos para compartir con el resto del planeta. Para entonces ya se habían involucrado grandes empresarios y había pasado de ser la plataforma de cursos en español más grande del mundo a tener oficinas en doce países y estar traducido a más de veinte.

Los cursos de ilustración eran los que mejor vendían. Por primera en un trabajo mi objetivo no era tanto o solo la calidad de los contenidos, sino que tenía que lograr que un producto se vendiera. Pásate al lado oscuro me dijo mi jefe de aquel entonces. Yo seguí confiando en que si me enfocaba bien en el contenido y eso y las ventas llegarían por su calidad. Cuando hablaba con los artistas tenía que extraer, por decirlo de algún modo, su proceso creativo. Me gustaba platicar con ellos. Al poco tiempo de haber entrado, mi jefe me propuso hacer también algunos cursos de narrativa y literatura, para probar, y un año después se hizo oficial la categoría de escritura. Ahora podría platicar también con escritores.

III.

La bitácora es un formato que siempre me ha interesado. Es un tipo de alcancía de la memoria donde se van sumando registros que en el momento presente no se sabe para qué servirán más allá de para no olvidarlos, una carta al futuro que tener a la mano en el momento que se necesite gastar ese ahorro de los años.

Al respecto, dice Anna Maria Guasch (2005):

Al archivo se le pueden asociar dos principios rectores básicos: la mnéme o anamesis, (la propia memoria, la memoria viva o espontanea) y la hypomnema (la acción de recordar). Son principios que se refieren a la fascinación por almacenar memoria (cosas salvadas a modo de recuerdos) y de salvar historia (cosas salvadas como información) en tanto que contraofensiva a la «pulsión de muerte», una pulsión de agresión y de destrucción que empuja al olvido, a la amnesia, a la aniquilación de la memoria.

Julie Powell no lo sabía, pero ese blog no solo sumaba la memoria de los días, sino poco a poco se convirtió en proyecto con forma — su forma se fue manifestando — , que después se hizo libro publicado y ella pudo seguir escribiendo.

La escritora argentina María Negroni, en entrevista para Hablemos Escritoras Podcast (2023), habla sobre las obsesiones en la escritura. Lo hace citando a Pavese, según quien una obsesión es un tema que nos acompaña y nos acosa día y noche hasta que un día encontramos la forma perfecta de esa obsesión en un verso, poema, narración. En ese momento la obsesión comienza a morir y al dejarlo en una obra, nos volvemos más libres de ese sufrimiento.

Un libro nace cuando una obsesión encuentra la forma que le pertenece, antes de eso todo el momento que le precede es imperfecto, es solo obsesión; todo lo que sigue es más perfecto que vivo, más perfecto que vital porque, como encontró su forma, la obsesión se empieza a morir. Cada libro es una conjunción de forma u fondo o de forma y obsesión (Negroni, 2023).

Algo triste sobre Julie Powell es que, a pesar de que Julia Child detonó su obsesión por la cocina y la escritura, nunca llegó a conocerla. Julia Child llegó a declarar, quizá debido al salto generacional, que nunca quiso conocer a Julie pues consideraba poco serio su trabajo.

IV.

Una de mis principales misiones día a día en mi trabajo en esa empresa global consistía en entrevistar artistas. Bien me podría haber dicho la misma señora que insultó a Julie: de burócrata de pacotilla. Pero para mí era mucho más que eso.

En El color favorito, la poeta argentina Valeria Tentoni hace un tratado sobre las entrevistas: “una buena entrevista debe garantizar una relación de cercanía. En la buena entrevista se hace hablar en vez de registrar simplemente lo dicho” (Tentoni, 2023, 45). Quien entrevista, continúa Tentoni, debe volverse invisible, médium, traductor, desaparecer. Y aun eso no garantiza el éxito de la misma (Tentoni, 2023, 45).

Durante esas entrevistas que podía hacer con artistas famosos de todo el mundo, mi pasión creció en torno a ayudarles a descifrar, como si de una receta se tratara, cuál es su proceso creativo paso a paso. A algunos les parecía absurdo que dijera que su proceso podía reducirse a una receta, otros aceptaban el juego y luego de platicarme abiertamente y durante una hora todo lo que hacían, lo que más los apasionaba crear y sus miedos y hallazgos, los invitaba a tratar de configurar un paso a paso, a regresar a su estudio y probarlo, y luego compartir la receta para que alumnos de todo el globo intentaran hacerlo.

Para mí, el objetivo de cada entrevista era una oportunidad de aprender, de preguntar todo lo que siempre quise saber de algo; era conseguir llegar al momento en que el entrevistado se iluminara al hablar de aquello que lo enciende por dentro, esa vida que da al artista hacer arte más allá del dinero, el éxito y la fama. Conseguir que el hilo pasara por el ojo de la aguja. Ahí al escucharlos algo en mí se reparaba también.

V.

Las exploraciones temáticas en la empresa donde trabajaba no pararon y, el año en que fueron nombrados empresa unicornio y en la última época que estuve allí, comencé a hacer cursos relacionados con la cocina, pero siempre con un pie puesto en la escritura o el dibujo: infografías de comida, cómo escribir recetas, historias de comida, bitácoras de ingredientes. Y los cursos se comenzaron a vender muy bien. Hasta entonces quizá nunca había considerado seriamente dedicarme de lleno a la comida, pero luego conocí a Giulia Scarpaleggia, una autora de recetarios, cocinera de formación autodidacta, y luego de entrevistarla mi camino inmediato se volvió cada vez más claro.

Los cursos con autores de recetarios poco conocidos se volvieron más frecuentes y llegó la hora de intentar con alguien más famoso; decidí, aunque era complicado, intentar contratar a Julie Powell para hacer un curso de escritura y cocina. Para entonces la empresa había crecido tanto que los curadores nos encargábamos ya solo de tomar decisiones y elegir a los prospectos para cursos, pero había un nuevo puesto con el nombre de “manager de adquisiciones” que tenía la primera charla con el potencial profesor, le hablaba de dinero y contratos y, si éste aceptaba trabajar con nosotros y firmaba, los curadores ya podíamos tener esa primera entrevista con ellos.

En Estados Unidos todos los escritores trabajan con agentes, así que había que traspasar esa frontera inicial. Se logró a los pocos días del primer contacto, y una semana después se le presentaría a Julie el contrato y, de firmar, en dos semanas estaría hablando con ella. Volví a ver la película, empecé a imaginar y bocetar posibles temáticas y preguntas que le haría. ¿El curso sería sobre bitácora, sobre cocina, sobre vivir de la escritura, sobre escribir blogs, sobre autobiografía?

Una mañana desperté y me llegó la noticia de que Julie Powell había muerto a los 49 años de un infarto fulminante.

VI.

La historia de Julie Powell y su escritura desparpajada me impresionó mucho y a la fecha me resulta muy inspirador eso que hizo, ese romper reglas que quién sabe quién impuso e inventarse unas nuevas.

Nunca llegué a conocerla, pero, ahora mientras escribo esto, pienso algo nuevo que no había pensado antes o lo había hasta ahora pensado al revés. Antes pensaba que esa película me había marcado sobre todo por la historia sobre Julia Child, famosa chef internacional y comunicadora de recetas francesas. Ahora veo que este, además de ser una conferencia de ilustración y comida, es una carta de agradecimiento a Julie Powell y el reconocimiento de que quizá esa obsesión de verla, leerla y buscarla en la vida real, fue mi primer paso para decidir estudiar gastronomía a los 39 años de edad.

Julie Powell: Julia Child me salvó.
Eric Powell: Tú te salvaste a ti misma.
Julie Powell: Me estaba ahogando y me sacó del fondo del océano.
Eric Powell: Calmemonos un poco.
[Julie se ríe]

Julie y Julia (Ephron, 2009)

PALABRAS FINALES

Queda la duda de cuánto de historia es literatura, ficción, si es posible ser objetivos, y cuánto de la imaginación es necesario para poder recrear tiempos en que había pocos registros que dejar, y donde definitivamente no queda vivo ningún testigo que nos dé cuenta de qué ocurrió. Queda también la pregunta de si es posible narrar una historia en presente, o solo registrarla para que alguien la narre después; y cuánto de eso fue antes y se convertirá mañana, en literatura y en arte también. Por ello, la historia puede ser vista individualmente como disciplina, pero relacionada con otras disciplinas, funciona como una herramienta invaluable para entender y conocer.

La cocina es un espacio íntimo de la casa, un cuarto que suele asociarse con las labores de cuidado que tienden a recaer en las mujeres. Se refiere también al arte de preparar los alimentos y por ello con esta palabra se clasifica la práctica de la cocina geográficamente (cocina mexicana, francesa, oaxaqueña) o individualmente (cuando se refiere a unx cocinerx específicx, la cocina de autor). Este concepto también abarca las técnicas y metodologías, y los ingredientes empleados para cocinar. De acuerdo con la Enciclopedia Británica, los principales factores que determinan una cocina son: el clima, condiciones económicas y leyes religiosas o de consumo. Dice Antonio Alatorre (2002): “Hay pueblos con poca historia externa y ‘visible’, pero no los hay sin una lengua perfectamente acorde con su cultura y que constituye, así, su historia íntima y profunda” (p. 7). Yo diría que lo mismo que a la lengua, aplica a la cocina, a la comida y a la gastronomía; si la lengua nos hace humanos, la comida nos permite seguir vivos, y esa refinación en lo que comemos, eleva la acción de cocinar y comer. Está por ello en la base de la vida.

En las primeras clases de “Historia de la alimentación, la cocina y la gastronomía en Occidente” se me reveló que hay dos cosas fundamentales que para mí mueven al mundo y, por ende, a los registros históricos: la comida y la familia. Hacer Historia es quizá intentar, tal como ocurre con la escritura, intentar poner un orden a un mundo que se impone siempre caótico (y lo es). Pero al volver a revisar los registros que hicimos, las huellas que nos dejaron, el alma descansa un momento y parece que algún tipo de orden puede existir, que el presente no se esfuma y ya.

Gracias.

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