(43/52) café con leche
Beber con calma el café de la mañana antes de irme todo el día a trabajar. Ponerme un letrero en la frente para todo lo demás que diga del 9 de diciembre y hasta el 12 de enero. Pero no lo hago y aprendo a malabarear los pendientes con la ayuda del ticher, con la comprensión de Hugo, con mails programados y con el día libre en que sí abrieron estafeta.
Esta mañana me obsesioné con dos cosas: encontrar el libro de Julie y Julia y encontrar a Parvana. Ahora voy tarde porque la obsesión no me dejaba salir de casa, removiendo los rincones hasta que aparecieran las dos. Eso hizo que me tomara más lento el café en vez de beberlo de golpe, como cada mañana que he ido a las prácticas.
Anoche me quede dormida a las ocho y cacho. Intente aguantar pero se me cerraron los ojos. Me desperté a la 1:54am cuando Santiago se iba a dormir. Di muchas vueltas y no dormí profundamente nunca. Pensaba en cosas que me dolían o que me dolieron de este último mes pero al fin pude desenmarañar cada una. La manera como B. empezó a tratarme durante las prácticas, los mails larguísimos que mandaba E. y constatar que jamás leía mis respuestas, el silencio de D. en la cocina, el cinismo de los lentes de T. o más bien el cinismo de T. y sus lentes. El quedarnos fuera de dos prácticas en cocina porque ellos no metieron la requi o la metieron mal, y lo ridículo de no haber pensado antes en ese argumento para subir las dos décimas que me faltaron para pasar pastelería.
Me gustaría haber festejado mi titulación de la maestría.
Hoy antes de salir de casa recordé a la mamá de D. a quien visitamos el día de su cumpleaños en el restoran francés donde trabajaba y me encontré con una mujer dura y de sonrisa falsa, cinco años menor que yo, que no quiso hacer las crepas Suzette en nuestra mesa, se escondió por allá y solo llamó a su hijo a ver. Antes de irnos nos dio un tour por el lugar y nos dijo que a Ana Gabriela Guevara le gustaba mucho comer ahí y en el de París. Ya en la puerta entró el chef y nos lo presentó, a él como el chef del lugar y a nosotros como estudiantes de gastronomía. Cuando el chef se fue le pregunté por qué no había presentado a D. como su hijo. Me contesto que no había atajos, que el debía empezar de cero. Pero es tu cumpleaños, pensé, no me atreví a decírselo, me parecía una señora tanto más grande y amargada que yo; ni tampoco pude decir que su hijo había ido con sus amigos a verla el día de su cumpleaños al trabajo. Me dolió por el que su mamá no supiera reconocer un estudiante de un hijo, un hijo que además la busca siguiendo sus pasos. Pienso en eso y se me pasa el enojo con D. de ignorarme en las clases donde no era necesario hablarme y en los mensajes que les mandaba y también en la cocina donde sí era necesario que nos habláramos.
Estos meses no pude decir muchas cosas que pensaba o que se me ocurrieron a destiempo, pero ayer contesté un mail a quemarropa de una escritora que me dio clases y a la que me topé varias veces en una feria del libro y no me saludó. No tenía ella por qué haber mencionado ni la feria porque en realidad quería ofrecerme un lugar, quizá, en un taller; pero lo menciono. Y ante el dolor de haber sido peluseada me salió del cora decirle: sí nos vimos varias veces pero no me saludaste, cerrando con esos puntos suspensivos del siglo XXI que son el jajajajaja.
Luego de seguir al pie de la letra el tratamiento de alergias y de más de un mes con una tos intermitente y flemas que no terminaban de salir, al fin siento libre la garganta.
Sí soñé un poco hacia el amanecer. Soñé con unos tendederos armables para colgar libros. Pero intentaba armarlo en una alta altura y me daba miedo caerme. Intentaba pasarlos al piso que era un estacionamiento. Sin querer compraba dos y mi papá me decía: solo voy a pagarte uno. Idalia y Manuel se quedaban con el otro: Para Cedro, decía él.