(46/52) Sí quiero pero no sé qué

Abril Castillo
4 min readDec 13, 2022

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Veía la montaña de Horta y me estaba media hora o cuarenta minutos, a veces una hora, pocas veces tanto, mientras hacía elíptica en ese gimnasio tan barato para todo lo que tenía. La mayoría de mis compañeras en el gimnasio y en la alberquita de hidromasajes eran mujeres mayores que platicaban mucho. Entre ellas y a veces conmigo, cuando, como yo, venían solas. Cuando sentía el agua darme duro en la espalda, en las caderas, cuando sentía el calor del agua me daba culpa. Pensaba: esta es muy buena vida, esta vida no cuesta lo mismo en México. Nunca había estado en una alberca de hidromasajes.

Todo Horta estaba lleno de gente de la tercera edad. Mariana decía que quería llevar a su mamá a vivir ahí, en la casa. Pero ya no se pudo. Se murió el día que volví de México. Un viaje todo al revés.

Cuando empecé a tener mucha ansiedad, dejé de nadar. Como cuando empecé a hacerlo como rutina, hace unos diez o más años, cada que me metía al agua sentía que me iba a ahogar. Pensaba en esa serie de 911, de un niño que se lo chupa la coladera y se le queda pegada la mano. Tienen segundos para salvarlo. No da tiempo de vaciar la alberca. Menos una olímpica tan grande como la de Horta. Dejé de nadar.

Una de las últimas veces que me metí a la alberca, di dos vueltas y cuando, así como en los insonmios, no lograba entrar en la nada del sueño, callar mis pensamientos, fluir con el agua, decidí salirme y despedirme de esa alberca, pensando que seguro no volvería más. Me metí a la de hidromasaje y vi un rostro borroso que me sonreía. Era Mariana. “De verdad no ves nada”, me dijo. No la reconocí al cien por ciento hasta que estaba frente a frente a ella. Lo demás son manchas borrosas, pero es que hay gestos que sí reconozco, como una intuición, como cuando alguien te suena de algo, y resulta ser el hermano de alguien muy querido. O cuando haces una nueva amiga, como yo este fin de semana que platiqué mucho con Julia de Amelia, y cuando al final de la noche la sentía tan cercana y me había caído tan bien, pensé: Es que encima de todo se parece mucho en sus gestos a Lili, mi cuñada.

Así igual reconocí a mi tío Beto, a quien no veía desde que se murió mi tita, el 4 de diciembre de 2020. Acababa yo de volver de España y había ido al súper o al banco. Total que venía caminando por Pitágoras y, aunque tenía lentes, no alcanzaba (no alcanzo) a distinguir las caras del otro lado de la calle. Pero algo en su forma de caminar y en la curvatura de su espalda me recordó de golpe a mi papá, que no tiene el pelo blanco (bueno, ahora sí lo tiene ya blanco, pero es otro tipo de blanco al blanco que le queda a quien de joven fue güero), me recordó mucho también al Tolín, pero se murió hace cinco años. Tenía que ser Beto. Me crucé corriendo y le grité, y cuando lo tenía más cerca: sí era. Me contó que le dio Covid al poco de que se murió mi tita y que estuvo intubado y no sabía por días si la iba a librar. Lo abracé y nos sacamos una selfie y no lo he vuelto a ver.

Cuando empecé a hacer elíptica me desesperaba más rápido que nadando. Cuando nadas no hay otra cosa que hacer más que nadar y escuchar el silencio del agua. Pero en el área de caminadoras y máquinas todo es distracción, y ahí la ansiedad de ya acabar rápido aturde. Empecé a escuchar podcasts, igual que hacía cuando cocino o limpio la casa. Descubrí Deforme semanal por Idalia, que me lo recomendó por el libro de El amigo de Sigrid Nunez; en un episodio lo mencionaban. “Me recuerda mucho a nosotras y nuestro Canal de Panamá”, me dijo. Y cuando las empecé a escuchar sentí lo mismo y les pusimos “Las ratas españolas”.

Escuchaba a las ratas españolas cada día, cada dos días, subida en la elíptica como hamster. Media hora, cuarenta minutos, poco más, a veces una hora. Pensaba también en cómo sería volver o qué estarían haciendo las personas de mi vida acá sin mí, y si había valido la pena irme y descolocarme, cómo sería regresar y si encontraría dónde hacer elíptica aquí.

Desde que volví estuve viendo precios, y midiendo el espacio en mi casa a ver si cabía una. Definitivamente no cabe. Más bien debería empezar a sacar cosas.

Hace un mes mandé a hacer dos libreros nuevos, igual de altos que los que tengo, pero con más estantes. Unos libreros que libren el contacto de luz, para no tener que prender la sala con una regla. También fui de prueba a varios gimnasios en toda la ciudad: dos Sportsworld en la Narvarte, el Sport City de Coyoacán, el de siempre; uno en el WTC con alberca, pero el agua estaba muy verde. De pasada del súper a la casa, le dije al ticher que me acompañara a un gim pequeño que está a la vuelta del banco. Era mucho más grande de lo que pensábamos, y tiene varias bandas para correr y elípticas; algunos días dan clases de yoga y en la azotea puedes andar en bici estática.

No me he inscrito porque ya nos íbamos a Guadalajara. Ya volvimos y sigo sin inscribirme porque he estado en bazares y la verdad demasiado cansada. Tampoco he vuelto a escuchar a las ratas españolas. El sábado es el último evento del año, Hojas de Cedro, organizado por la rat. Hay micrófono abierto y le propuse hacer un en vivo de Canal de Panamá, como ellas, o como las ratas mexicanas que somos. Ojalá me diga que sí.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos