(40/52) Guardar para después
El día que supe que iban a volver a operar a Carmelix, pensé en llevar una bitácora como hice hace siete años. En el momento en que se acercaba la fecha, no lleve ninguna bitácora. Pero desde tiempo antes empecé a sacar muchísimas fotos de todo. A capturar cada momento con la cámara de mi celular. Eso es una bitácora también, un registro que he llevado de toda la pandemia mediante imágenes, no palabras. Desde que empezó el confinamiento se me quitaron las ganas de escribir. O es como si estuviera guardando la emoción para luego, o las historias para otro formato. Un después lo haré que no llega nunca. Y ahí algo se queda estancado.
Cuando miro las fotos siento algo que no se si sentiría al releer experiencias en presente. Me duelen esas imágenes y a la vez algo me distancia de ellas o más bien del dolor de ese momento. Un flashazo para borrar de la memoria así como los Hombres de Negro. Capturo el momento para dejarlo ir. Lo vuelvo a ver para finalmente olvidarlo. No de la memoria sino olvidarlo del cuerpo: ese momento está allá y yo estoy aquí.
Quiero escribir sobre mi hermano pero no quiero que de algún modo el lo lea o se entere. Me autocensuro últimamente así como la mamá de la rata le pidió que borrara su último post. A mi nadie me lo pide pero pienso en las consecuencias de realmente contar cosas y mejor me callo.
No dar opiniones. Mejor solo construir escenas.
Hay una foto luego de la última hemorragia de mi mamá, cuando entró por urgencias. Tomas y yo pasamos unas tres o cuatro horas en la sala de espera del piso cinco, donde están los quirófanos. Ahí le fui sacando varias fotos en distintos momentos: de pie junto al elevador, sentado en el piso, parado junto a las puertas corredizas, caminando hacia mi, de frente en el asiento de mi izquierda viendo el celular. Y luego ese flujo de fotos tomadas cada quince minutos o así se interrumpe por una donde ya estamos con ella en el cuarto. La metieron en el mismo cuarto que había tenido por un mes: 907. Tomas no se le acerca mucho y ella acostada con un tubo saliéndole directo de la arteria del cuello (olvide ahora mismo cómo se llama ese tubo en ese lugar) ella lo mira y su boca sonríe. La de él no. Parece desesperado por salir del cuarto, la espalda pegada contra la pared, el cuerpo hacia la puerta.
De ahí fuimos a comer enfrente él y yo. Me dijo que quería poner a mi mamá en una cuna al lado de su cuarto. Le dije que no tenía que llevársela a vivir con el. El decía que si tenía que hacer eso, que ella no se sabe cuidar sola. Y yo le dije que si sabe, que solo está enferma. La cuna ya es el hospital. Ahora solo tiene que poder salir de aquí y empezar a caminar. Cuando la pierna le sirva, cuando la herida sane.