(49/52) Iba a ir a Casa Tomada por el libro de Ezequiel pero mejor me quedo a ver tele
Los últimos meses he estado trabajando mucho con Daniel Bolívar aka Dani. Tenemos un humor muy similar y los memes se mezclan con cosas de trabajo en nuestras conversaciones. A veces esos memes comentan nuestras conversaciones y son como hacer tierra de momentos pesados de esta pandemia vida muerte.
Dani me recomendó un par de series que ayer empecé a ver y seguro hoy termino. Una se llama Pen15 y es de unas mejores amigas que recuerdan o reviven sus días en la secundaria en 2002 pero salen actuando ellas a su verdadera edad. Una morra de treinta se apena cuando un niño de 13 le guiña el ojo. Y cosas así.
La otra se llama How to with John Wilson y es una serie documental de cosas random, una absoluta maravilla a la que valdría la pena dedicarle un spoiler alert.
Pero este texto no se trata de eso, sino de mi amistad con Dani. En como el jueves me encargo mucho ya ver la serie de John Wilson para poderla comentar. Iba a ver un episodio y no pude parar de verla, si no fuera porque tenía compromisos de trabajo en la noche, compromisos amistosos. Hoy la termino.
Hace una semana estaba en la misa de mi abuela paterna, de mi tita (así le decíamos; excepto mi papá que le decía Tita a secas). Poco antes de morir le decía yo a mi papá que por que le decía Tita a secas, y él decía que ese se había vuelto su nombre. Y yo le decía que no, que era mi tita Tere, Tere su nombre y tita un sinónimo de abuela. Ya a estas alturas cómo cambiar, me dijo mi papá. Yo creo que podemos cambiar a cualquier altura.
Me he sentido triste desde antes de su muerte. Triste y con ganas de cambiar algo en mi vida. Triste desde antes de la pandemia. Ya estaban cambiando cosas pero la pandemia volvió todo más difícil. Luego vino la piedra en la boca y el tumor de la tiroides, la operación, cerrar Panamá. Y ahora me siento como cuando ibas a la cocina por algo, pero al llegar ya no te acuerdas y te regresas y luego pasas dos semanas, cuarenta días, once meses, nueve años diciéndote: ¿qué era lo que quería?
Lo que me gusta de la serie de John Wilson es que cada capítulo parece un pastiche random de temas y cosas que lo llevan a hacer viajes y a conocer gente, entrevistar extraños, abrir las posibilidades de su vida y tratar de entender mejor el mundo. Se mencionan de pasada pérdidas de mascotas, de amigos, una reciente ruptura y la devolución de un suéter (¿ese habrá sido el detonante de todo?).
Presiento que el último episodio va a amarrar todo. O tal vez no. Tal vez el chiste es dejar todo suelto y somos nosotros los lectores espectadores quienes tiramos puentes con la nada todo el tiempo.
Desde que murió mi abuela no he podido llorar casi nada. Me dio colitis y además estoy con medicamento y me siento mal y casi no puedo comer ni tomar nada. Me he hecho sopas.
Platico con Dani sobre nuestras partes favoritas de la serie. Me pregunto si debería salir un rato a caminar. Hoy en la mañana hice yoga y me sentí un poco mejor. Luego hice más yoga. Primero uno de movimientos básicos y luego uno de media hora sobre equilibrio. Equilibré mi pierna izquierda, me sostuve en el aire y en eso me dolió tanto el músculo, tanto me quemaba, que me salí de la postura y me puse a llorar. No lloré por el dolor del músculo ni del cuerpo. No sabía bien por qué lloraba pero me solté. Recordé las terapias de hermanos y cómo cuando alguien lloraba Pepe le decía que se dejara vencer y echara todo el cuerpo al frente, de pie, que dejara vencer la cadera, abriera la boca, que saliera todo. Empecé a llorar y vi caer mis lágrimas y baba a mi tapete rosa de yoga. No lloré mucho, no tanto como habría querido. Termine la sesión y me dieron incluso ganas de salir.
Ahora llevo más de media hora sentada en el mismo tapete escribiendo esto y Parvana se vino a acostar en mis piernas mientras escribo.
Le acaricio la cabeza y ella se acurruca en mi mano y cierra los ojos, y cuando los cierra se le sale una lágrima enorme que aterriza ahí y de la misma forma que y donde cayeron las mías. Me parecería raro que ella sienta lo que yo siento, sé que es una proyección mía. Pero luego me pregunto cómo estará Parvana, qué sentirá.
No creo que salga hoy. Igual ya tengo mucho que leer acá. Me da mucha flojera la idea de salir y luego regresar.
Parvana se acomoda y yo la observo. Quito mi brazo de abajo de su cabeza para poder seguir escribiendo. Sus ojos lagrimean, se ven cristalinos. Me duele todo el cuerpo. El doctor de la espalda, el doctor del estómago, todos me dicen que suelte. Me siento con mucha tristeza atorada pero no sé cómo sacarla.
Tengo hambre así que ya me voy a parar. Parvana se lame y actúa como si fuéramos a estar aquí para toda la eternidad. Posa su pata sobre mi pie, su pata derecha delantera, la que es su mano. Estamos conectadas y su cuerpo alivia a mi cuerpo. ¿Los gatos pueden llorar?