(50/52) pan tostado con mermelada de frambuesa

Abril Castillo
3 min readJan 4, 2025

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A veces tengo conversaciones imaginarias con la maestra que me reprobó. Más que conversaciones me imagino deteniéndome a mitad de conversaciones que realmente tuvimos y decirle algo que cambiara el curso de los hechos.

Odio tener que repetir pastelería porque odio los pasteles. Desde niña los detestaba. Tal vez es como el día de la marmota, revivir eso hasta hacer las paces con los pasteles.

Voy veintiún minutos tarde al trabajo. No me dicen nada al llegar tarde ni tampoco al irme tarde. Poco les importan mis horarios creo.

En mi mente le digo a la chef que no tiene sentido común y que ojalá lo desarrolle. En mi mente me responde que si me refiero a que no me pasó, que por qué digo que me reprobó si quien reprobó fui yo solita. Fue a mi a quien le faltaron esas dos décimas. Aún en mi imaginación me callo lo que quiero decirle: que era yo quien metía la requisición aunque estuviera a nombre de mis compañeros y también yo quien cada semana repartía los insumos; yo quien correteaba a los de la brigada para definir que haría cada uno en los exámenes y yo quien escribió y tradujo el trabajo al inglés. Que incluso la requisición del examen al que no llegue la metí yo también. Que me parecen absurdos sus puntos menos cuando Hugo el alto tiraba sin querer algo inorgánico en la orgánica y sobre todo que me haya bajado un punto el día que le dije en privado a Diego: ya échale esa madre; porque en ese contexto “madre” era una grosería y desde entonces si escuchaba alguna grosería suelta en el salón asumía que la había dicho yo.

Al final ella me dice que no fueron dos decimas, sino dos y media, y que a sus ojos no le falta sentido común a ella sino a mí si no logro ver que la que reprobó fui yo por mis propias causas. Y ahí sí alcanzo a responderle que no me refiero a eso, sino a todo el mes que estuvo enferma de la tos.

En la plática imaginaria donde la interrumpo y cambio el curso de los hechos estamos platicando a la entrada del taller. Es el día que le conté de las recetas de jengibre y de tomillo y que ella me dijo entre toses que se iba en bici a la escuela diario de madrugada y volvía de noche también pedaleando, es el día que le dije yo: tómate un jarabe de jengibre con miel y limón y haz gárgaras con té de tomillo negro pero bien negro para que salga la maldad, el día en que la vi sonreír y bajar la guardia y dejar de estar enojada como siempre, hasta que fijó su mirada en Marcus y a tres metros de distancia alcanzó a verle un pelo en la barbilla que se le escapó al rastrillo y entonces lo sacó de clase y no lo dejó volver y dio por zanjada nuestra conversación de remedios caseros. Ahí es donde decido cambiar el curso de los hechos y, en nuestra conversación imaginaria, le hago ver que no tiene sentido común, no para salvarme a mí y mis décimas sino solo para que lo sepa; le digo: si estás enferma no te vayas en bici, te enfrías cada día y por eso te mantienes en ese estado enfermo perpetuo.

Ya fuera de mis conversaciones imaginarias y de mi frustración contra lo que en realidad termino pasando, recuerdo la vez que hice mermelada de frambuesa con una receta suya y ya no la pudimos usar en el examen de métodos porque Diego no metió la requi bien, y me quedé con toda esa mermelada y le mandé un mail en sábado para preguntarle cuánto duraba y ella, en menos de una hora, me respondió que hasta seis meses.

Y eso desayuné hoy: pan con mantequilla y un poco de su mermelada, con la receta de esa misma chef.

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Abril Castillo
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Written by Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos

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