(02/52) Accidente controlado
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Exactamente un mes antes de cumplir diecisiete años, se murió mi abuelo.
Exactamente un mes después de cumplirlos, cuando volvía de unas vacaciones en casa de mi abuela, le dije a mi mejor amiga que me quería rapar.
Tenía el pelo pintado de rosa y había sido muy vergonzosa mi visita para mi abuela. Trató de comprarme un tinte y no quise. Quiso regalarme una mascada cuando le dije que fuéramos al cine y acepté usarla sólo una tarde en casa de su cuñado. Hasta que me metí a la alberca y todos vieron mi pelo rosa.
A mi vuelta, mi cabello me tenía harta igual que harta la arena luego de estar días acampando en la playa. Así que decidí deshacerme de todo. Me hice varias trenzas por toda la cabeza y las corté. Luego mi amiga y yo tomamos la máquina de su hermano y en su baño frente al espejo, vi caer ante mis ojos todo mi cabello.
Volví a ser un bebé.
Ya nada me pesaba. Nada me dolía. Nada me daba miedo.
Un amigo no es el que impide que hagas lo que quieras, sino quien te carga de jabón la pistola de burbujas.
Hay amigos así.
Cuando llegué a mi casa saludé a mi mamá con complicidad pero no me dijo nada. Tuve que pararme frente a ella para que me viera. Para que realmente me viera. Tardó en entender que ésa era yo. Se llevó la mano a la boca y se puso a llorar. Se fue a su cuarto a encerrarse y me susurró en el pasillo: esto es una castración. Como si acabara de traerle un animal muerto. Como si yo fuera un gato y ese animal, una ofrenda.
Mi ermano me dijo: ahora somos iguales.
Cuando mi mamá se calmó, nos tomamos los tres una foto en la sala. Era cierto, ahora era idéntica a Tomás. Una mamá entre sus dos hijos gemelos.
***
A los cuatro años, le pedí a mi mamá que dejara de peinarme. Me dijo que entonces me cortaría el cabello. En la estética me lo cortaron un poco y luego más y luego más. Córtaselo todo, dijo mi mamá.
Parecía un niño. Y era libre.
***
A. me contó, antes de ser mi amigo, como quien se confiesa con un completo extraño, que él, en sus noches de angustia, se cortaba el cabello. Que en ese ritual iba encontrando cierta paz. Y que aún así añoraba que llegara al día siguiente y él tuviera la cabeza intacta.
***
Un dolor es rico si sólo duele un poquito. Entonces se convierte en hallazgo. Una mancha con forma de algo o sin forma de nada, pero que apasione por hermosa.
Un color.
Un tono en el cielo.
Un rayo de luz en su cara de la manera adecuada.
Un hallazgo.
Cuando se vuelve insoportable, hay que arrancarlo de raíz. Eso da la sensación de cortarse el pelo todo por primera vez. Las siguientes veces es sólo buscar reencontrar esa sensación. Emulaciones. Paliativos.
***
Accidente controlado: que alguien te corte el pelo.
Accidente descontrolado en busca de control: raparme a las diez treinta y siete de la noche.
Accidente contenido.
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Empezar de cero cada que la vida se torna pesadilla. Cortarse el pelo es un tipo de muerte donde siempre te ves renacer desde la raíz.
***
¿Cómo te corto el pelo?, me preguntó mientras me sentaba frente al espejo.
Corto, le dije.
¿Qué tan corto?
Muy corto. Completamente. Anoche me iba a rapar.
Te lo corto cortito, pero de mujer.
¿Cómo es de mujer?
Un poco largo de adelante. ¿O lo quieres de hombre?
¿Cómo es de hombre?
Muy muy corto.
Sí. De hombre. Lo quiero muy muy corto.
¿Pero por qué? ¿Por qué me haces hacerte esto?
Estoy harta. Y no quiero estar pensando en lo que tengo en la cabeza.
Espero que después de esto estés feliz.
***
Pasé el resto de la prepa rapada. No podía dejar de cortarme el pelo. De raparme otra vez. Me gustaba que de espaldas me confundieran a veces con un niño. A veces con mi ermano.
Ser yo y no ser yo.
Hasta que quise que me creciera.
Entonces le pregunté a De Leo, quien tenía el pelo larguísimo: Sol, ¿cómo hago para que ya me crezca el pelo?
Sólo déjatelo de cortar.
Y un día, después de muchos días, el pelo creció otra vez.