(05/52) Aparicio

Abril Castillo
9 min readFeb 10, 2018

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Parvana llegó por una foto. La conocí por imagen y me recordó a mi otra gata. La de toda la vida. La que se murió a los 18 años.

Parvana quiere decir mariposa.

Y luego quise otro gato. Para que estuvieran juntos. Pero tenía que encontrarlo.

***

Ese día estaba muy enojada. Un enojo de los que te dejan callado primero y al día siguiente te duele tanto el estómago que tienes que ir al doctor. Y el doctor te dice que no tienes nada. Que te calmes. Pero te sientes calmada. Ese dolor que sientes no está bajo tu control. Se nutre solo. Duele solo. Es él mismo alguien aparte de ti. Y te está lastimando.

Ayúdeme a que ya no me duela, doctor.

Y lo primero es localizarlo. Por que el intestino es el laberinto más grande del cuerpo. Y ahí en algún lugar está perdido el enojo. Y no lo encuentras.

***

Día 1

Salgo después de una reunión violenta donde al final nadie se golpea porque me pongo en medio y, aunque no tengo hambre, voy a comer. De todas las fondas que hay en la Narvarte, voy a la del parque, a La Papelería.

La Papelería no se llama así. No sé cómo se llama, pero el toldo de la entrada tiene un letrero deslavado que dice papelería. Un vestigio de que hace mucho, hubo una allí. Rox le dice Pocopollo. El nombre se explica solo.

No sabía si ir ahí o a La Elegante, que Estelí le dice La Buenísima y Eduardo La Chida. Tiene como todas, tres tiempos, pero de entrada te sirven un sopecito que no te cobran aparte ni nada. Las raciones son enormes y los postres son un manjar. Lo único malo es el agua que casi siempre sabe a tutsi pop disuelta. Y que es la más lejana de todas.

Ese año aún no conocía La Favorita, a la que me metí una vez que vi anunciado que había peneques y donde todos los platillos que he probado me remiten al sazón de mi infancia.

Así que ese día del enojo voy caminando a La Papelería. Lo bueno de ahí es que los que atienden son sumamente amables. Empiezo a calmarme. La voz del señor que me trae la sopa es una caricia a mi interior y dejo de sentirme encabronada y me empiezan a dar ganas de llorar. Pero sólo como. Me como todo lo que me trae. Mando mensajes de trabajo mientras y me siento cada vez menos sola y cada vez más tranquila.

De regreso al estudio, camino con la vista en alto. Escucho un maullido y empiezo a buscarlo casi con los ojos cerrados. En cuanto quiero cazar su origen, desaparece. Sigo caminando y lo oigo otra vez. Es un maullido que más parece el gorjeo de un ave bebé.

Y llego a él al fin. Poso mis ojos en su sonido.

Dentro de una jaula de gallinas, con un piso hecho sólo por periódicos con la cara de Obama, hay un gato negro que a gritos pide ayuda. Miro el local con detenimiento y es una veterinaria. Pero apenas. Pienso si no habrá sido alguna vez una pero ahora es otra cosa, y sólo se le quedó el letrero como a La Papelería. Es una Beterinaria.

La jaula tiene escrita a mano una leyenda que dice: Adóptame, en una cartulina fosforescente. Me quedo unos segundos frente al gato negro y crece en mí la certeza de llevármelo.

Pero, ¿cómo? ¿Qué hago con Parvana? Así ya no estaría todo el día sola. ¿Se llevarán bien? ¿Podré juntarlos de inmediato? ¿Y si el gato tiene alguna enfermedad? Le tomo una ráfaga de fotos y se las mando a Santiago: ¿Lo adoptamos?

Se ve que es malo, me contesta.

Pienso que sólo dice eso porque es negro. Siento yo misma un miedo y un prejuicio porque es negro. Al principio. Miedo de que sea de mala suerte. Luego me río de mí misma y entro al cuartito de donde vienen voces de La Beterinaria.

Toco y miro en la puerta entrecerrada. Sobre la mesa de disección metálica cuatro personas despliegan sus tacos de canasta. Un señor exclama: ¡Ese pinche gato negro sólo nos ha traído mala suerte!

Luego me entero de que él es, precisamente, el beterinario. Y en cuanto escucho eso que dice, mi mente se aclara. Ahora estoy segura.

Buenas. Disculpe la interrupción, quería adoptar a ese pinche gato negro. Provecho.

No, me dice asustado y apenado, viendo una oportunidad desvanecerse. En realidad el gato no es de mala suerte, era una broma, me aclara, como si yo no acabara de hacer una broma también.

En serio lo quiero adoptar, le digo.

Que venga mañana. Que sólo lo bacuna y ya me lo llevo. Que acaba de desparasitarlo. Que es muy dulce y amigable.

Se ve que la está pasando mal en el sol, le pido indirectamente que lo cuide. ¿Le puede quitar el letrero?

Se sonríe con una chica. Pensando que quién más lo va a querer adoptar. Me cuenta que lo encontraron hace un par de semanas metido en un motor. Que era de una señora que vive al lado. Una que tiene muchos gatos. Que está medio loca. Que la mamá se murió. Entiendo que la mamá del gato. Y que el gato negro huyó y se fue a esconder en un motor. Que la señora más bien sí está bastante loca, no sólo medio. Que escucharon un maullido y lo encontraron y lo sacaron. Que quién sabe cuánto llevaba solo. Sin su mamá. Escondido. Sin comer. Que quién sabe qué le habrá pasado. Que lleva viviendo esas semanas adentro de una jaula, de ésas que están fijas en La Beterinaria. Que son de concreto. Me muestra. Abre la otra puerta, la del cuarto donde guardan perros y animales. El hedor es insoportable. Me muestra la jaula. Más periódico. Éste con la cara de quién sabe quién. Está tan oscuro que no alcanzo a verlo. No tiene arena. Sólo un vaso con agua.

Las niñas juegan con el gatito una vez al día, me cuenta. Ya se encariñaron, pero hay que dejarlo ir. Qué bueno que te lo lleves, porque acaba de empezar octubre y la gente caza a estos gatos para hacerles rituales.

Cada vez creo menos que un gato pueda dar mala suerte.

Me despido y comienzo a alejarme cuando me aseguro que guarda la cartulina.

Llamo a mi veterinaria y me dice que lo lleve al día siguiente para vacunarlo. Me dice que por ser octubre hay un descuento especial en gatos negros.

Un gato negro es de buena suerte.

Día 2

Al día siguiente, el beterinario no ha bacunado a mi gato negro, pero decido llevármelo. Si quiero él me vende la bacuna, me ofrece.

Gracias, lo voy a vacunar en otro lugar, me despido.

No sé cómo se va a llamar.

Lo meto en la transportadora y camino dos cuadras hasta el estudio. Vivirá ahí el gato negro hasta que lo vacune y descarte cualquier enfermedad contagiosa. Maúlla todo el camino de la Beterinaria hasta el departamento. Y trato de calmarlo con mi voz. Pero mi voz no le dice nada. Meto los dedos entre la reja para calmarlo, pero mi caricia lo asusta.

Lo llevo a que lo vacunen, desparasiten y hagan pruebas. Lo revisa el médico y me dice que quizá tenga un tumor en el estómago. Le hacen una radiografía. No es un tumor. No ha ido bien al baño en semanas. Le manda una medicina y me pide que lo lleve al día siguiente otra vez, que me asegure de que come, toma agua y va al baño, que quizá lo van a operar. Mientras me hacen la cuenta, otra doctora me pide cargarlo. Ama a los gatos negros, dice en voz alta. Y el gato se deja acariciar.

Llegamos al estudio. Lo saco y corre al baño y se esconde entre muchas cosas dentro de la regadera que usamos como bodega. Quito algunas y le digo a Eloísa que lo dejemos ahí. Me da una caja y un cojín de Ziggy, su perra, y le ponemos comida, arena y tratamos de tocarlo, pero nos tiene mucho miedo. Cae la noche y nos vamos.

A la mañana siguiente, llego con Santiago para que conozca a nuestro nuevo gato. Entramos al departamento y vamos al baño y no está. Al cuarto de Eloísa y no está. Al cuarto de Amanda, Armando y yo, y no está. A la cocina. En todas las puertas y estantes y atrás del refri y del librero y en las sillas y vemos si la ventana está abierta y revisamos todo una, dos, tres veces más.

Se ha de haber ido, me dice Santiago.

Pero ¿a dónde? ¿Por dónde se salió? El único lugar posible es por abajo de la puerta de la entrada, que tiene como 5 o 7 cm de espacio. Y el gato es muy pequeño.

Pego letreros en la puerta de entrada y pregunto si alguien vio un gato negro salir. Pregunto en todos los departamentos. Busco en la azotea. Otra vez en el departamento. No está. Santiago se va.

No entiendo nada. Me empieza a doler el estómago.

Llegan Amanda y Armando a conocer al gato. Desapareció, les cuento. Los tres juntos lo buscamos por todo el departamento. Escaleras. Muebles. Reversos de cosas. Luz. Oscuridad. Se fue.

Salimos a la calle. Recorremos varias cuadras. Vuelvo a La Beterinaria por si extrañó y regresó. El beterinario me dice que ahí no ha ido, pero que tenga paciencia. Que cuando ellos lo encontraron llevaba muchos días escondido. Que seguro se escondió muy bien en el departamento. Pero ¿dónde? Ya no queda ningún lugar donde pueda estar.

En la noche llega Eloísa. Subimos de nuevo a la azotea. Buscamos otra vez por todo el departamento. Empezamos a buscar escondites que no hayamos previsto. ¿Y si la parte de abajo del wc es hueco? Meto la mano por detrás, al ras del piso. Eloísa también. Sí, es hueco. Meto la mano y toco algo. Elo grita. Yo también. Acabamos de tocarnos las manos. No hay gato. El wc no es hueco.

Se acaba el día y nos vamos. Amanda le deja más comida por si regresa. Yo le limpio la arena.

Tenía que llevarlo al doctor. Pienso en la película de El orfanato y me da miedo encontrarlo cuando sea muy tarde. Encontrar su cuerpo muerto en un lugar recóndito sólo porque no supimos buscar.

Día 3

Amanda me llama a mediodía. O me manda un mensaje. Estoy en una junta en Coyoacán. Hay caca en la arena, me dice. ¡Y ya no hay comida en su plato! Salgo corriendo para allá.

El departamento está vacío. O eso parece. No me voy a ir hasta encontrarlo. Pienso en el motor donde vivió el gato negro. El departamento es muy frío. Tiene que estar en un lugar templado. Vuelvo a buscar atrás de todo, arriba de los muebles. Adentro de los estantes, de la estufa, de las cajas. Miro el reverso del refrigerador y busco en su motor. No hay nada. Me fijo y veo que es más profundo de lo que parece. Meto la mano y siento algo peludo. Es suave y está caliente. Me asomo y veo sus ojos amarillos que me miran de vuelta.

***

Que se llame Aparicio, me dice Santiago.

***

Aparicio surge de día y por eso sufre.

Sólo cuando se funde con la noche puede estar.

Se convierte en un par de ojos amarillos que te miran y entonces vuela.

Nunca maúlla. Siempre gorjea. Olvidó cómo maullar.

Vuela, Aparicio. Vuela, dolor.

Aparicio.

Mi Aparicio.

Mi gato negro, lechuza, palomito.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos