(04/52) (H)ermandad

Abril Castillo
4 min readJan 29, 2018

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En domingo

los puestos de Etiopía no abren.

No todo

lo que está escrito en

versos visuales

es un poema.

Estaba el alto cuando la hija empezaba a cruzar.

Un hombre dice a lo lejos:

Pase.

Pase.

Pase.

Y el verde se puso

quién sabe cuando.

Ahora la van a atropellar.

La hija no debería escribir mientras camina.

Debería ver por dónde va y recordar.

Mañana operan a la mamá de la rata, piensa.

Y se acuerda de la mañana en que le hicieron un cateterismo a su mamá.

Su mamá se despertó y le dijo:

Soñé que Penri había quedado toda deshidratada.

La hija soñó que su mamá se despertaba y le decía:

Buenos díiiiiiias.

Así.

Su madre a ella.

No la hija a su madre.

Así.

Un díiiiias muy extendido.

Pero no dijo eso al despertarse la madre.

En cambio, le contó el sueño de Penri.

Una perra

que quedó

toda deshidratada.

La pusieron en agua.

En el sueño.

La pusieron en agua y se empezó a recuperar.

La madre

soñaría con agua

también después de su corazón abierto.

Pero lo olvidaría.

La hija

sólo lo sabría

porque

una noche antes

de la operación a corazón abierto

la madre le contaría

de esa vez que se iba ahogar

de niña

frente a su propia madre

frente a la abuela de su hija.

Entonces

la madre, que también fue hija,

empezó a agitar los brazos

como

si

volara.

Y se dio cuenta

y exclamó contenta

hacia dentro de su cabeza:

Esto me está sacando a flote.

Y nadó.

Haz lo mismo, le dijo la hija.

Haz lo mismo si sientes que te estás muriendo.

El quirófano donde la operaron

estaba también

dos pisos abajo.

Sal a flote, pensó la hija, con todo y con tu cuerpo.

Pero eso no pasaba aún aquella mañana.

En que la hija soñó con que su madre le deseaba unos buenos días,

aunque no lo serían.

O sí.

Porque una intervención es dolorosa.

Pero la vida es seguir vivos.

Aunque duela.

Ese cateterismo

era el principio de una serie de intervenciones.

Habían dormido juntas la madre y la hija.

En la misma cama.

En el hospital

entraron a una sala de espera

con varios pacientes

a quienes también les meterían una sonda por la arteria.

Todos iban en parejas.

La madre con la hija.

Que se sentaron y sólo observaban en silencio.

Luego hablarían de lo que habían oído, pensaban.

No era necesario comentarlo ahora.

Pero también estaban preocupadas.

Y ver los ánimos del resto del grupo

las calmaba.

Había una señora con su esposo.

A ella le dijeron que si no prefería

que le cambiaran a su señor de setenta

por dos de treinta y cinco.

No, dijo segura y seria.

Yo quiero a mi viejito, continuó entre risas llorando

mientras se lo llevaban en una camilla.

Así se llevarían a la madre.

Y como en todos los viajes,

cuando la hija se despedía en las puertas de chequeo,

no sabía si volvería a ver al que viajaba.

Pero la madre seguía a su lado.

Un rato más.

Había otro señor.

Él iba con un amigo.

Todos en la sala se presentaron y platicaban,

como si fuera una terapia de grupo.

Terapia de parejas.

De todo tipo de parejas.

Hermanos.

Esposos.

Madres e hijas.

Hijos y padres.

El señor del amigo era grande.

Dijo que no tenía papás

y que sus hermanas no lo habían querido acompañar.

Dijo que no lo habían podido acompañar.

¿Pero qué es poder?

Tal vez dijo que no habían podido.

Tal vez sabía que no habían querido.

También dijo que había tenido cinco infartos.

Dijo que sólo le servía el treinta por ciento del corazón.

Cuando se lo llevaron en la camilla,

la madre le dijo a su hija en un susurro,

porque en el fondo temía que no se volvieran a ver

para platicar

o sólo porque no aguantó y quería sacarlo:

¿Cómo no se le iba a morir el corazón

si nadie lo quiso acompañar?

En la sala de espera,

la hija leyó

que la clave para vivir cien años

no es lo que comes

ni lo que bebes

ni las drogas que te metes

ni el dinero que tienes.

La gente que ha vivido cien años

tiene en común

círculos de personas queridas a las que procura

y personas cercanas que la ayudan

cuando más las necesita.

Por ejemplo,

gente que te visita en la cárcel

o te acompaña al hospital,

decía el texto.

Ese treinta por ciento vivo

era gracias a ese amigo,

pensó la hija.

Sus hermanas no vinieron.

Pero por suerte tiene un hermano

que él escogió.

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos