(06/52) Perdón por llegar tarde, es que no quería venir

Abril Castillo
3 min readFeb 14, 2018

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A fuerza de odiar los despertadores, aprendí a despertarme sola. Como Kramer. Pongo mi despertador mental a una hora concreta y a esa hora me despierto, con un margen de error de unos cuantos minutos. Casi puedo planear también el humor con el que me quiero despertar.

Si es domingo: descansada, pero sin prisa.

Si es martes: apurada para no pasar la mañana encerrada.

Si es viernes: con energías para nadar.

O sábado: para hacer yoga.

Aprendí a hacerlo porque siempre odié despertar con despertador. Me parece un acto inhumano que alguien te despierte, a menos que ese alguien sea el sol o un temblor.

El primer despertador que tuve tocaba Para Elisa de Beethoven. Tenía forma de pingüino con birrete y para apagarlo le aplastabas el cuadrado de plástico de la cabecita.

A la fecha, si escucho esa canción se me estruja el corazón, se me para la saliva a media garganta y puedo sentir el frío y la humedad de las seis de la mañana de 1991 con el que nos íbamos cruzando los pasillos de la unidad hasta el carro y el largo camino que nos llevaba a San Jerónimo, a ese Montessori donde sólo fui un año.

Era la primera escuela donde pasamos un ciclo completo luego de llegar al DF desembarcados de Morelia en tren. O en coche. O en tren de madrugada. Bajo ese misma humedad de quien no durmió nada porque no durmió en su cama. Porque esa cama ya no existe. Y ya tiene que despertar.

Pero cómo despertar si en el fondo nunca me quedé dormida, mamá. Quiero otra oportunidad.

Cada mañana de 1991, luego de vivir con los abuelos durante unos meses, en el nuevo hogar temporal en el que pasamos más de una década, aunque se suponía que sólo viviríamos ahí un año, desayunábamos licuado de chocolate con huevo y plátano en la oscuridad.

Con popote.

El embrión del huevo una vez pasó sin ser licuado por completo del popote a mi boca. Y casi vomito.

Los huevos que hay en la ciudad no tienen embrión, me regañó mi mamá.

Embrión tenían los huevos que llevaban a su casa de niña. Ahora ella quiso vomitar.

Me da asco el huevo crudo casi tanto como las náuseas que me provoca Para Elisa.

Así que tuve que optar por despertarme sola. Y casi funciona cada vez. Siempre y cuando a la hora a la que me tengo que despertar ya haya salido el sol.

Y duerma en mi cama.

Y tenga una casa.

Y paz en el corazón.

Y sienta que soy dueña de mi tiempo.

De todos modos no es infalible mi método. A veces, igual que a Kramer, se me pasa la hora por exceso de sueño o de valemadrismo. Y pongo sin querer el botón de Snooze.

Y llego tarde a todas partes.

https://youtu.be/UPNUp9DwFR0

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Abril Castillo

miope e hipermétrope al mismo tiempo pero en ojos distintos