(03/52) The Frogger
¿Qué soñaste?
Soñé que te lastimaba sin querer.
¿Por qué? ¿Qué pasaba en el sueño?
Estaba en un viaje. Había gente famosa que me hablaba como si nada. Que me hacía creer que yo también era famosa. Estaba Guillermo del Toro y todos querían hablarle. Pero él se acostaba en un sillón enorme muy cómodo, como guarida de gato, y empezaba a imitar a su esposa roncando.
¿Guillermo del Toro tiene esposa?
En mi sueño tenía una. Y la quería mucho. La imitaba roncar con ternura infinita. Exageraba los sonidos y se reía. Se olvidaba de que estábamos ahí viéndolo y seguía imitándola. El amor es así, pensaba yo en mi sueño.
¿Así cómo?
Olvidar al mundo mientras recuerdas al ser amado. Evocar a alguien en medio de una invocación.
¿Cuándo se convertía en pesadilla tu sueño?
No dije que fuera una pesadilla, dije que te lastimaba mucho en mi sueño.
Pensé que era una pesadilla para mí. (Risas)
Pero sí fue una pesadilla. De esos sueños intensos que te dejan pensando en ellos todo el día. También hay personas así. Que te dejan un mal sabor de boca por mucho tiempo. Y, como las pesadillas, quizá fue importante conocerlas igual. Idalia diría que es mucho dolor gratuito.
¿Con quién soñaste que fuera así?
Con un gorila. Pero eso fue en otro sueño.
¿Entonces al final sí era pesadilla? Eso de Del Toro suena muy dulce…
Pero dolía. Me dolía verlo.
(Silencio)
Salía de ahí. Recordaba mientras caminaba por la calle a media luz… ¿Has visto cómo en los sueños el cielo siempre está como a punto de atardecer? Llegaba a un local de algo a dejar quién sabe qué cosa y veía entre sombras a alguien que se me acercaba como si me conociera. Ya de frente veía que era José Luis, el más guapo de la secundaria. Iba a instalar un juego de maquinitas en el estacionamiento, afuera de esa especie de panadería a la que yo había ido.
¿De qué era el juego?
Ya no lo recuerdo muy bien. Algo de un payaso y tiro al blanco. Un payaso como Eso. Un tiro al blanco como de ranas o patos. De patos. Mientras trato de recordarlo, el juego cambia ante mis ojos. Como esas estampas que en dos movimientos ves un perro bailando o un atardecer centellear.
¿Conoces alguno de esos juegos?
Eso de las ranas creo que lo ligué por el juego de The Frogger que sale en Seinfeld, un juego de maquinitas que al final se rompe luego de que tratan de salvarlo todo el episodio.
¿Por qué tratan de salvarlo? ¿Salvarlo de qué?
Porque esa máquina estaba en un local de pizza donde Jerry y George iban siempre y George tenía el puntaje máximo. Cuando van a cerrar la pizzería, los dueños se van a deshacer del juego. Van a desconectarlo y la puntuación perfecta se va a borrar. Así que George idea un plan maestro para conectar simultáneamente la máquina a una pila y luego llevársela. Pero para hacerlo tiene que atravesar una calle. El juego trata de una rana que tiene que ir sorteando obstáculos. Cuando George sale a la calle, el encuadre de la cámara desde arriba es igual que la del juego. George es la rana y la máquina lo que debe salvar y los coches esos obstáculos. Antes de llegar al otro lado, pasa un camión y se lleva el juego violentamente y George todavía duda un segundo antes de soltarlo y saltar para salvarse a sí mismo.
Si tú en tu sueño también tuvieras un encuadre desde arriba, ¿tú qué serías: George, el obstáculo o el juego?
Sería todos a la vez, yo creo. Hay una teoría que dice eso, ¿no? Que en tus sueños tú eres todos los personajes. Hay otra que dice que la gente que sale, sale enmascarada; o sea, que la gente con la que sueñas no es esa persona necesariamente.
¿Y quién es José Luis, el más guapo de la secundaria?
(Risas) No sé. Es alguien que sabes que te va a romper el corazón desde que se aparece frente a ti.
¿Y los panes?
¿Qué panes?
Dices que estabas en una panadería cuando te encontraste a ese güey.
¡Ah! Los panes no me gustan. Creo que iba a comprar pan para alguien más. Pero saliendo veía a José Luis y también notaba que al lado había una tienda de bicis. Pensaba en llamarte para que me ayudaras a comprar una. Pensaba que podría regresarme a mi casa en bici.
¿Dónde estabas?
De viaje. En un lugar terroso y con montañas. Tal vez era Taxco. Y pensaba que podría regresarme a mi casa en bici. Como en el libro que me dio Yosh de Eleanor Davis.
¿Qué libro?
Una novela gráfica donde una chica se va a ver a sus papás a Texas porque está en crisis y su papá le arma una bici y se la regala. Y decide irse de Texas a Georgia andando. Hace cálculos y ve que tiene que andar unas cincuenta millas diarias por dos o tres meses.
¿Quieres ser la chica?
Me identifiqué con ella. Pero en realidad mientras leía el libro pensaba más en ti.
¿En mí?
Sí, en ti. Porque esa chica hizo lo que hiciste en San Luis. Pensé que te gustaría mucho más a ti. O no sé si más, pero que lo apreciarías de otra forma. Igual me dieron ganas de comprarme una bici chida para algún día hacer eso.
¿Y qué bici te comprabas?
Es que ya no alcanzaba a llamarte. Porque de un carro salían más compañeros de la secundaria y José Luis me decía que fuera con él y lo seguía. Luego de eso es que veía a Guillermo del Toro. Estábamos como en una sala de espera.
¿Esperando qué?
Yo qué sé. Por eso yo creo que me iba.
¿Y yo no salía?
Después. Al final.
¿Aún no?
Aún no.
¿Y a dónde te ibas?
Luego de lo de Guillermo del Toro me iba hacia mi casa ya, caminando en la noche. Pasaba por un estacionamiento que se convertía en el de Copilco, donde vivía de niña. Ahí estaba Salvador. Uno que también en la secundaria me rompió el corazón. Pero decidía darme un tiro con él. Agarrarnos, como dice un amigo. Ya sabes. Entonces buscábamos en unos baños abandonados un lugar donde nadie fuera a entrar. Y empezábamos a agarrarnos sin muchas ganas. Como si debiera cumplir yo con algo.
¿Realmente se llamaba realmente así? ¿Salvador?
Sí, pero claramente en mi sueño es una metáfora. O una ironía. Acabé odiándolo en la vida real. Y en mi sueño, cuando estaba con él, quería que todo se acabara cuanto antes. Y justo cuando él se empezaba a desabrochar los pantalones, yo miraba hacia la puerta y en la parte de arriba veía que se asomaba una aleta de niño puesta en una mano.
¿Una qué?
Una aleta. De esas aletas que te pones en los pies para nadar más rápido. Pero era muy chiquita, una aleta pero para niño. Y alguien la traía puesta en la mano. Como un títere. Hacía voces y movía al títere por la parte de arriba de la puerta, entonces soltaba a Salvador y abría la puerta. Y ahí estabas tú. Riéndote. Me decías: Te encontré. Te tardabas un poco en ver al otro güey. Pero en cuanto lo veías, te ibas a prisa viendo al piso y con paso rápido.
(Silencio)
Iba atrás de ti diciéndote de todo: espera, escucha, perdóname, no quería que vieras esto, no es nada. En el camino estaba Paola, una amiga de Copilco de la infancia, y al ver que me iba, me gritaba: ¡Quédate! ¿Qué no te vas a quedar? ¡Ven!… Y yo le gritaba: ¡No! Y ella me preguntaba que por qué, y yo: ¡Porque no quiero! Y seguía tus pasos atrás de ti. En eso ya estábamos sobre Morena, a media cuadra de mi casa actual. Y ahí es donde empezabas a llorar mucho. Incontenible. Y yo lloraba también. Y por fin te detenías y me mirabas y yo te pedía perdón. Y te decía que no teníamos reglas pero que yo nunca quise lastimarte. Te decía que te quería y que tocaba poner nuevas reglas. Y nos quedábamos ahí parados en medio de la calle.
¿Estábamos parados en la calle o en la banqueta? Me perdí.
(Risas) Estábamos en la calle. En el arroyo vehicular. Como esperando a que pasara un tráiler y nos llevara como al juego de la rana.
¿Te das cuenta que si George hubiera reiniciado el juego en vez de hacer ese desmadre, era más probable que no se destruyera?
No lo había pensado. ¿Crees que eso quiera decir mi sueño? ¿Que hay que reiniciar las cosas para que no se destruyan?
Yo no creo que los sueños quieran decir nada.